domingo, 16 de julio de 2017

Orlando Van Bredam

                                              Artistas  Masaccio’y Masolino

Además, la manzana

Algunos le echan la culpan a Eva, otros a la serpiente. En realidad, para mí, la verdadera y única culpable es la manzana. Será por eso que todavía la miro con cierta desconfianza. Sobre todo, cuando la veo aquí, tan reluciente, tan lozana, tan provocativa, incitándome al mal, esperando que la acaricie, que la muerda, que la coma.




Baile


El odio, a diferencia del amor, siempre es recíproco. El bailarín de tangos y la bailarina se despreciaban con la misma tenacidad con que alguna vez se quisieron. Sólo los unían la fama y contratos envidiables. Cada baile era un desafío a los mecanismos más profundos del rencor. Se deleitaban en esa humillación mutua más cercana a la perversidad que al oficio. Cuanto más se odiaban, más los aplaudían. Ella incorporó al vestuario inconsulto, dos largas trenzas criollas, vivaces y relampagueantes bajo la luz de los reflectores. Las agitaba como cadenas, como látigos, como sables. El soñaba con quebrarla sobre sus rodillas como una caña hueca. Se miraban siempre a los ojos, no dejaban de mirarse nunca en esa guerra bailada, en ese combate florido.

La noche que más los aplaudieron fue la última, cuando ella, después de tantos ensayos, logró enredar sus trenzas en el cuello del bailarín y siguió girando y girando hasta el último compás.




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