Un hombre se encuentra, en el metro de París, una novela. Intenta devolverla a su legítimo dueño y tras denodados esfuerzos de búsqueda, éste no aparece.
Pasa un tiempo y un día lee otra novela en la que
reconoce, asombrado, un pasaje de aquella que en un pasado lejano encontró en
el metro.
Aliviado, va a ver al autor y le entrega su obra.
Este se llama George Perec y, para gran asombro de nuestro
hombre, le devuelve la novela mientras le dice: “Si usted la guardó tanto
tiempo y con tanto cariño, es suya”.
El hombre la guarda un tiempo, pero la pena le reconcome y
al fin, angustiado, piensa que el mundo no puede perderse aquella obra. Y toma
una firme decisión.
Va a ver a un editor.
El editor, que es francés y barbudo, exagerado y muy
mentiroso, le dice: “Mire señor, esa historia suya sobre el origen de esta
novela es tan fantasiosa que no se la va a creer nadie en este mundo”.
“Mejor vamos a poner por escrito en la presentación del
libro que usted fue, hasta hace un año más o menos, un hombre gris y apocado,
asistente de un dentista, que durante décadas escribió fragmentos deslavazados
de novelas insípidas recurrentemente rechazadas por las editoriales y que un
día, un atracador enmascarado, con un gran vozarrón, le robó su cartera en una
calle oscura”.
“En el ajetreo del momento, se le disparó un tiro del arma
con que lo tenía amenazado y usted vio a la muerte muy cercana”.
“Esto lo dejó sumido en un profundo estado de shock del
cual salió usted al amanecer siguiente.
“Mientras tanto, su familia, compuesta por una esposa
despeinada y un hijo despistado, lo
rodeaba con cariñosos sus abrazos preocupados.
“Usted volvió en sí y en una suerte de trance lúcido. ¿Qué
digo “lucido”? ¡Lucidísimo! Les pidió una libreta y lápices, muchos lápices; y
poseído por la pasión de escritura desatada ya no pudo parar hasta que no acabó
esta obra maestra. ¿De acuerdo?
El hombre, tan modesto, ¿qué iba a responder?
—De acuerdo, dijo.
No le quedaba otra.
El resultado es conocido, la obra se editó con enorme
éxito. Él le enviaba religiosamente un cheque con los beneficios al domicilio a
Perec, quien, de modo igualmente invariable, devolvió, mes a mes, mientras
vivió, el documento financiero.
En otra variante, el autor no es George Perec sino Raymond
Queneau, pero la historia es igualmente verdadera.
Pintura de iTetsuda Ishida -
Esta obra fue premiada en el concurso “Voces con vida” de 2008, México, donde se presentaron cerca de dos mil participantes y fueron escogidos noventa y cinco para formar la antología de relatos breves. El crítico Bernardo Ruiz dijo de cinco de estos autores, entre ellos D’Alessandro: “Francamente encuentro un placer y un interés mayor en estos textos por su plasticidad y por su capacidad imaginativa”. Y el escritor Víctor Jiménez Hernández dijo de estos que conformarían el grupo de quienes dominaría el panorama de las letras en lengua castellana en las próximas décadas.
La antología tuvo hasta ahora dos ediciones.
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