Pintura Gloria Nuñez
Fue mi
casa natal, una de las tantas sureñas:
puerta,
portón y ventana,
un largo
zaguán de eco solitario,
jardín,
huerta y corral temerario.
La
casa, espaciosa y compasiva,
fresca en
los largos veranos,
tibia en
los inviernos desolados.
Fue
escondite audaz de mis amigas furtivas,
y
confesionario bajo el parral y sus retoños.
¡Cuántas
melodías en ese piano tan lustrado,
cuántas
telenovelas grises de asuntos leves,
y azoteas llenas de sol …y espías con tacos y moños!
Fluía ruido de agua y perfume de retamas.
Ciruelas,
higos y reventonas granadas
merodeaban
los ojos, las manos y manteles.
Tantas
risas y juegos, en la infancia…
Tantas
penas y dolores, con los años…
Hoy… los
históricos vecinos se han mudado,
han
muerto, han emigrado;
y los
rostros familiares se esfumaron.
Ahora,
lejos de ella, me visita su recuerdo,
a veces
en temores arraigado,
a veces
con palabras que no fueron,
o con
llanto que entre mis labios muerdo.
SABORES
Dulce
sabe el perdón al débil converso;
amarga,
la espera del amor extinto;
insípida,
la indiferencia del vanidoso;
ácida, la
inesperada derrota del esfuerzo;
frutal,
la picardía infantil de algún verano;
y
picante, la mirada del amante ahíto.
Licor
es el temblor del miedo a sí mismo;
chocolate,
el invierno;
y café,
el tiempo ido.
Sabe a
albahaca, la tibieza de la piel y el mimo,
y a agua
de rosas, las ansias de infinito.
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