Algo en la cara
—¡Ag! —exclamó Marina—. ¡Mamá!
Su madre fue a socorrerla.
Observó lo que la joven tenía en el pómulo derecho: una arruga.
—No es posible —dijo la chica—, solo tengo
veinticuatro años, no puedo tener esto. Mami, por favor, ponme
alguna de tus cremas milagrosas. ¡Debo salir esta noche con Jaime!
—Hija, en menos de una hora te borraré esa imperfección.
Dicho esto, la mujer llevó a Marina a su
habitación y le colocó una pomada en el rostro, se lo frotó
durante cinco, diez, quince minutos. La muchacha no se mostró
impaciente. Su progenitora trabajaba en el negocio del cuidado de la
belleza desde hacía treinta años. Sabía lo que estaba haciendo.
Tras veinte minutos de frotación, la mujer le dijo a la joven que se
recostase en la cama. Le tapó los ojos con un paño húmedo,
indicándole que pasara lo que pasase no hiciera ningún movimiento.
—Sentirás un ligero piquete, hija.
—¡No, mami, me va a sangrar! ¡Me veré peor!
—Te vas a curar, ¡hazme caso!
—Pero mam...
—Claramente es una arruga. No deberías tenerla
hasta dentro de varios años. ¿Lo comprendes? Si no detenemos este
proceso de una vez, tu rostro se pondrá viejo, se llenará de esas
horribles imperfecciones.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Porque así ha sido siempre. Ahora, ¡haz lo que te digo!
La joven hizo caso, se dejó caer sobre el
camastro, recostó su cráneo sobre la almohada, no veía nada debido
al paño. Temblaba un poco. Dijo:
—¿Me contarás todo después, mamá: la verdad
sobre esa fea arruga?
—Te lo contaré en cuanto te haya curado. Solo
espera cinco minutos. Entonces sentirás un pequeño piquete y habrá
terminado todo.
La madre aguardó a que la arruga se hinchara;
esta lo hizo en dos minutos. Medía un centímetro, creció a dos,
llegó a tres. Marina no parecía sentirla. La extraña cosa se
movió, le nació una pequeña cabeza que denostaba unos ojos
saltones. Un hoyuelo rectangular parecía ser su nariz. Su diminuta
boca contenía una veintena (hasta donde podía observarse) de
filosos dientes. La mujer escrutó aquella cosa roja.
—Así que aquí vamos de nuevo —murmuró.
—¿Todo está bien, mamá?
—Sí, hija, ya casi está. Por favor, no emitas
ningún sonido.
La monstruosa y pequeña criatura estiró su
cuello de un centímetro y medio de largo. Miraba con odio el rostro
de Tatiana, la madre. La deformidad emitió un sonido ligero. Y abrió
la boca, mostrando sus terribles colmillos, los cuales comenzaban a
crecer.
—Este momento llegaría tarde o temprano. Menos mal que fue
temprano.
Tatiana hundió una aguja en el cráneo de aquel ser, el cual murió
de inmediato. La mujer lo sacó del rostro de su hija usando los
dedos. El notable agujero rápidamente se cerró.
—¿Sentiste el hincón?
—Sí, mami, y no dolió nada.
—Perfecto. Ahora toma asiento, hablaremos de madre a hija.
—De acuerdo, mami, cuéntame, soy toda oídos.
******
Marina había ido a la fiesta. Volvería temprano. Tatiana había
tardado más de una hora en contarle la historia de su familia.
Aunque la joven se mostró asqueada al principio, terminó aceptando
la cruel verdad. Bastante sorprendida por lo narrado, decidió salir
de todas maneras, sobre todo cuando supo el lado positivo del asunto:
en adelante sabría cómo mantener su belleza, al mismo tiempo que
sabría cómo desprenderse de aquellas siniestras cosas que su cuerpo
contenía, y que eran parte de ella, como una extremidad o un órgano.
«Si escuchas aquellas voces, no tengas miedo, tan
solo ignóralas, tu interés las despierta; al sentirse despreciadas
se irán, ellas
buscarán alguien más de quien alimentarse. Recuerda, tu organismo
puede resistirlas, aunque no más de un mes, has de pasárselas a
alguien. No sé de otras personas que, como nosotras, puedan
resistirlas más de unas pocas horas dentro de sus cuerpos. Somos
especiales. Es algo innato, natural, no has de temer, es así como
somos, no hay modo de evitarlo, hemos de convivir con esas cosas; no
tienes muchas en tu interior en este momento, y lo bueno es que ya
saben quién manda. Aprovecha hoy esta salida para liberarlas. Sé
que, al igual que tú, elegirán bien. Les gustará Jaime, es guapo,
lozano, vital».
«Así lo haré, mami, pierde cuidado. No sé por qué me siento
bien, como renovada».
Tatiana se plantó frente al espejo de cuerpo entero; se quitó la
blusa y el sostén.
Una diminuta cabeza surgió de entre sus pechos. La horrenda criatura
susurró:
—Lo hiciste bien, madre. La noche aún es
joven, ¿podrías darme de comer?
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