sábado, 25 de noviembre de 2017

Silvia Favaretto

               Sin que tanta cosa irrenunciable hubiera sucedido
 
Todas las veces me pasa lo mismo: me empieza a doler la cabeza, primero despacito desde el centro de las sienes y después de a poco aumentando de intensidad e irradiándose hacia los costados hasta adueñarse de mi entera cabeza. Las primeras veces me tomaba dos comprimidos y me acostaba en la cama, con las cortinas cerradas e intentando no prestarle demasiada atención a los fastidiosos ruidos de la calle, que llegaban a través de las paredes sutiles para retumbar el dolorido cerebro. Sin embargo, en las últimas ocasiones me di cuenta de que si me sentaba al escritorio y escribía, despacito, se me pasaba. Empecé a escribir recetas, anagramas, aforismos, poemas, cualquier cosa con tal de alejar estos dolores insistentes que siempre con mayor frecuencia cercaban mi cabeza, y que se apaciguaban y desvanecían sólo cuando mi escrito había llegado a cierto nivel de calidad. Pasaron los días y ya las hemicráneas eran un asunto cotidiano. Me parecían dolores de parto: yo estaba ahí sufriendo e intentando parir con todas mi fuerza a un engendro literario que me liberara de ese dolor, pero el desahogo me requería cada vez más: ya no se contentaba con escritos cualquiera... Le había dado farmacoresistencia, el listado de las compras, las palabras cruzadas y los chistes. Ahora me pedía literatura, y ni siquiera la poesía ya lo aplacaba. El dolor de cabeza me requería cuentos. Después de haber dado fin a toda mi imaginación empecé a darme cuenta que con lo ficcional la intensidad de la hemicránea no bajaba significativamente y, con algunos intentos más lo entendí: se me requerían cuentos autobiográficos. La jaqueca, sufriendo manías de protagonismo, quería que hablara de ella. Hoy los dolores son inenarrables, hoy ya me parece como si la cabeza estuviera a punto de explotar. Hoy el parto se complica y yo estoy escribiendo este cuento para por fin dar a luz mi obra última y liberarme de este parto, pero se me da que necesito cesárea, necesito que me ayuden con este cortapapeles, necesito que lo hagan para mí, y para que este cuento no se muera en mi cuerpo. Háganlo. Estoy listo ya.
Del libro Quiero tanto a Julio  


Umbral y presagios (mascarón de proa)


te vi alejarte
bajo una luna de piedra pómez
cargando,
apretado bajo el brazo,
el cadáver de una sirena.

te vi arrancarle en la playa
escamas grisáceas
y soportando el
olor de pez podrido
besarle los labios muertos
de flores que ennegrecen
bajo el habla del sol

te vi oscurecerte
en una noche de luna jabonosa
intentando deshechar
el ruido de ese canto:
la canción del océano
es el soplido del viento
filtrando en una calavera

y en tus ojos sólo sal, sal quemando

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