miércoles, 27 de junio de 2018

Maria Amelia Diaz

                                                         


NO LUGARES - SUPERMERCADO

Alineados,

en sucesión perfecta con su pregón estrepitoso de envases,
rojos, amarillos, verdes,
como si fueran los juguetes de la infancia
deseados detrás de la vidriera,
los productos reclaman la mirada,
hipnotizan.
Y acá estamos:
contemplamos cajas, latas, botellas y paquetes,
celebramos el ritual de nuestro siglo
empujando un carrito que a veces se resiste
y protesta con su voz de chirrido.
Con el prójimo consumidor atravesamos una corta palabra
sobre los precios exhibidos como lámparas,
una sonrisa al muchacho que acomoda
una pila piramidal, con cartel de oferta nueva,
frente a otra góndola nos embotellamos
ante la oportunidad de un precio bajo.
Después nos alineamos, hacemos fila,
en la caja descargamos uno a uno los productos
que hacen sonar la música de su código de barras,
pagamos, efectivo o con tarjeta,
y acomodamos entre toda la compra embolsada
el cepillo que no se necesita,
junto al paté de ganso que nunca comeremos.






NO LUGARES - CALESITA

La calesita da vueltas, gira, rota,

arcoiris de caballitos alegres,
de pequeños que suben y que bajan entre risas,
de barcos que navegan en redondo,
carrusel de autos por carreteras sin destino y con eterno
/retorno.
La calesita de la infancia no es otra cosa
que una premura, visión íntima y feliz de nuestro mundo.
Lección de astronomía,
ahora que trepada a esta Tierra ya los años,
consciente que doy vueltas
(y por milagro no caigo)
consciente que giramos sin destino, ni hacia dónde,
(el espacio rota y nosotros en marcha sobre la Tierra)
y todo es un inmenso vals de calesitas en órbita.
Alguien, en algún lugar, seguro,
extiende la sortija y se sonríe.


Pintura de Tetsuya Ishida

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