R E C U E R D O S D E T HA L I A
(THALIA: Es una de las Musas del teatro en la Antigua Grecia)
Me llamo Alfonso. Tengo…¡da igual!¡Eso no viene al caso!. Resulta que una tarde agradable del mes de febrero de hace ya más de treinta años, yo me encontraba leyendo una obra de teatro titulada "Los ladrones somos gente honrada" de Enrique Jardiel Poncela en un vetusto banco del bonito y coqueto Parque del Espolón de la preciosa ciudad de Logroño. Noté una mano sobre uno de mis hombros. Al girarme noté que era la mano de un adolescente, que yo conocía. Su nombre era Cosme. Nos saludamos, hablamos de nuestras cosillas y casi al final me preguntó si tenía tiempo libre para dirigir una obra de teatro. Yo le respondí afirmativamente y añadí que el proyecto me parecía interesante. A los pocos días me reuní con su clase de 3º. de BUP del Instituto Duque de Nájera. Serían veinte adolescentes que querían además de obtener fondos para su viaje de fin de curso, cumplir un sueño: dejar por unas horas de ser ellos mismos para convertirse en otras personas. Me expusieron durante una hora la pieza teatral que deseaban poner en escena: "Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga" de José María Rodríguez Méndez; de su disponibilidad horaria para ensayar y de cuando pretendían representarla. Yo les pedí un libreto de la obra y les anuncié que a la semana siguiente comenzarían los ensayos. Durante ese tiempo estuve no solo leyéndola sino preparando el montaje de la misma sobre el escenario del Teatro Principal.
Los ensayos fueron duros y exigentes. Con algunas de
muecas o poses de desagrado, sobre todo cuando les hacía repetir una
escena, un diálogo
o un movimiento. Deseaba sacar el máximo provecho de todos ellos, pues
estaba convencido de que podían dar de si todo los que les pedía acerca
del personaje que interpretaban.
Y llegó el día del estreno: 18 de mayo de 1.980 ¡Nunca
se me olvidará! El Teatro Principal de Logroño estaba prácticamente
lleno. El periódico
provincial "La Rioja" mandó a su crítico teatral. El público estaba
expectante. Entre las bambalinas la calma era total. Todos estamos
concienciados de lo que teníamos que hacer ¡Todo tenía que salir
perfecto!
Se alzó el telón, y la pieza teatral comenzó y siguió
luego su discurrir entre las risas y los aplausos de los espectadores...
Hasta que se
oyó el ruido de un tambor al fondo de la platea o patio de butacas. Un
pelotón de soldados con fusiles llevaba atado al Pingajo para fusilarle.
Las firmes y rotundas órdenes del teniente jefe del pelotón:
¡carguen!¡Apunten!¡Fuego! Y las consiguientes descargas
hicieron que los gritos y los llantos de los actores y de las actrices
sobrecogieran, estremecieran y emocionaran al respetable. Al finalizar
la representación la ovación fue cerrada y unánime. Todos salimos a
saludar y nos tiraron caramelos. La emoción y
la satisfacción de los que realizamos ese proyecto era muy visible.
Después unos profesores del instituto bajaron a los camerinos a
felicitarles. A mí ni siquiera me estrecharon la mano, pero me daba
igual, porque yo había contribuido a que realizaran su sueño.
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