Su ley
JB: ¡qué angustia elegir en un menú
cuando hay tan poco tiempo!
Mario Trejo
Esa tarde había muerto la vieja dama de la poesía
y en las redes aparecían las viudas y los deudos
para añadir su cuenta en el collar de la finada.
También nosotros destejimos anécdotas
sobre la anciana signora
eximia en el ejercicio de la crueldad.
No quise mirar el menú
iba a ser una cena extensa, como las de antes.
En otra fête galante la vieja poeta insistía
comé, estás flaquita, te cuidás el gostro
tenés linda piel, todas las noches
sacate bien el maquillaje, ¿vino no bebes?
mucha agua sí, tienes que bebeg.
Entre plato y plato me ponía a prueba:
¿has leído a Saba, a Ungaretti, a Quasimodo?
¿cómo no?, ¿pego cómo no?, ¡no hay tiempo, queguida!
También Emeté tomaba lección:
Zelda, ¿de qué ópera es este aria?
si no respondías en los primeros acordes
eras una burra musical, una ignorante.
Los viejos poetas buscaban súbditos.
La dama aprovechaba mis silencios
y se adormecía con el vapor del vino blanco.
Décadas de otro huso horario
habían cambiado sus costumbres.
Me pidió disculpas, aunque no eran necesarias
llamó al mozo, no me dejó pagar y me dijo
lo que tenía que hacer para ser una grand poett:
almuegza tagde y hasta la noche no veas a nadie
Le agradecí y nos despedimos.
Ninguna lamentó el fin de una breve amistad.
(Buenos Aires, 1979), Ahora. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2016.
Dijo la loba
Vos, lobito mío,
sos una de las crías
que no alcancé a devorar
(¿me sacaste el hambre
o llegaste cuando estaba saciada?).
Ya sabés erizar el pelaje
más tarde te enseñaré
a orientarte en el bosque
a esperar el momento
de distracción de la presa.
Vos, lobito mío,
disfrutá las caricias
aprendé a ignorar las uñas.
Ahora te nutro:
tu avidez rodea el pezón cargado
te hartás de leche dulce.
Muerta también seré tu alimento.
Seremos, en el final
carne vuelta a la carne.
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