Bautizado
de sal
ahora
recorro espacios
donde
nadie dejó antes su aroma,
donde
no hay días ni noches,
sólo
el resplandor de una superficie
Y
ya no visto más que con algas y corales
-no
necesito más disfraces-
me
embriaga la intemperie azul de las profundidades.
Bautizado
de sal
-a
quien otros llaman el ahogado-
soy
dueño absoluto de mi destino
de
mis silencios.
..................................
De
mi abuela Aurora
recuerdo
su vestido gris con pintitas blancas
-no
puedo precisar si eran lunares o rayas-
su
andar lento, sereno,
su
mirada triste.
La
evoco jugando a la loba
en
esa mesa redonda que era como un universo,
sus
monedas, su vincha en el pelo
estaban
ahí.
Recuerdo
su huerta, sus porotos,
caminar
con ella juntando huevos,
las
plantas de tártagos,
el
sabor de las granadas
-porque
ella tenía granadas,
nunca
vi otro árbol de esa fruta en mi pueblo-
sus
duraznos secos para la compota,
las
manzanas verdes.
Amaba
a mi padre
con
un amor escondido y desparejo
-como
esos amores prohibidos
en
las dictaduras-
pero
inevitable y perenne
como
un viento tibio que corre entre los sauces.
Eligió
partir
cuando
llevé a mi padre a conocer el mar
-no
creo sea casual-
hay
amores que protegen
que
perciben la maleza entre las flores,
las
serpientes.
Y
la despedimos ahí
con
una oración marina y flotante
alejados
del ruido, del infierno.
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