Al
sol
Arielito
no durmió bien anoche. Estaba yo en la pieza y lo escuchaba moverse
de un lado para otro de la cama. Pasaron una, dos horas y no paraba.
Entonces fui a ver qué le pasaba. Todo tapado estaba y hacía calor,
pero tenía la frazada del marce. Arielito dice tiene
sú oló,
le digo que sí pero para mí tiene el olor a cucha, su perro Cucha,
su primera palabra. Lo agarré en mis brazos, quise rodearle todo el
cuerpo, su cuerpecito que temblaba y temblaba. Temblaba que parecía
más chico, y daba unos saltos que se me escapaban sus manitos y
pies. Abrazo
le dije, pero igual seguía moviéndose. Lo dejé en el piso, más
tembló y el temblar se volvió llanto, y el llanto grito. Arielito
no es de tener noches así. Tampoco es de llorar. El marce siempre le
dijo que los hombres no tienen que llorar, él lo miraba fijamente y
sin palabras se secaba los mocos con la manga del brazo derecho o
sólo con la muñeca si hacía calor y no estaba abrigado. Lo volví
a alzar, sus gritos ya despertaba a los perros de los vecinos, a los
vecinos que iban prendiendo luces, y los escuchaba hablar de casa en
casa, de a gritos. Lo alcé, le di el chupete, lo escupió, que si no
se calma va al agua le dije, y se calmó. Sólo el marce sabía
calmarlo, y ahora se fue, y llora más y más seguido, como
llamándolo. O la Chicha, ella le lo pone mansito. Pero no se
despertaba la Chicha y es mejor no despertarla porque se pone
malarriada cuando uno le interrumpe el sueño. Yo la llamaba y la
llamaba por dentro, como decía la abuela repetí
algo por dentro y puede pasar,
pero la Chicha no se despertaba, no venía a ponerlo mansito. Desde
que se fue el marce duerme más y tiene un sueño que mamá mía cómo
cuesta levantarla.
Entonces
empecé a pensar que sería mejor que Arielito vuelva a temblar, y
llorar y gritar, y que los perros, los vecinos, todos se despierten,
hasta que venga la Chicha y lo ponga mansito. En eso estaba yo,
invocándola con los ojos cerrados cuando la luz me hizo abrir los
ojos y la voz de la Chicha amaneció: qué
le pasa al chiquito, que no sabe cuidarlo todavía eh
dijo al mismo tiempo que se lo daba y Arielito le tiraba los brazos.
Ahora temblaba yo porque no sé, que no sé qué le pasa le decía.
Que
qué le pasa, está lleno de ronchas, miré mujer, lleno de ronchas
el nene, es esa manta del perro que le dije que no se la dé, eh
mujer. Al sol dijo,
no entendí pero señaló la cama y llevé todo al patio. Chicha
llevo a Arielito con un fuentón al sol, lo puso dentro, al lado
algodón con esa agua fuerte, el banquito enfrente, se sentó en el
banquito subiendo su pollera larga con las piernas abiertas le dijo
no
llore hombre
y Arielito no lloró. Bañó su cuerpo con algodón y esa agua y
Arielito no lloró. Al
sol
me volvió a decir, seguí sin entender, me quedé quieta esperando
otra indicación, ella juntó su frente y dijo que
te pongas al sol mija. Y
los tres nos pusimos al sol, desnudos bajo el sol del mediodía, que
los bichos se mueren al sol repetía Chicha mientras cantaba la
canción del negrito.
Frío.
El piso frío. Ma me levantó, me dejó en el piso. Temblé, lloré,
la cara se me puso toda mojada. Salada, el agua que salía de mis
ojos era salada. Pa dice que esa agua no tiene que salir, que soy un
hombre y eso salado está mal. Pero ardía, el cuerpo ardía, el frío
ardía, mi piel estaba diferente y no podía no largar eso salado pa.
Perdón pa. Pa no venía y Ma me agarraba con sus palos finos y dijo
abrazo,
yo quería a Pa o la Chicha porque quemaba, todo alrededor me quemaba
como cuando Pa prende esos troncos pa calentá la casa y yo me quedo
ahí enfrente, y toda mi piel se pone más caliente, y Pa me saca
porque dice tan
cerca no.
Ardía sin fuego y Ma me decía que me calme que me calme, y yo le
decía al cuerpo que se calme pero no calmaba y mis manos no
alcanzaban para tapar los agujeros de mi piel donde salía algo
parecido al fuego. Grité y lloré, y la Ma me dijo que me llevaba al
agua, al agua no, no quería, el agua mata al fuego, y eso me podía
matar entonces. Los amigos de Cucha empezaban a gritar también, pero
Cucha no venía porque ahora está con Pa.
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