MI
TAZA DE CAFÉ
Sobre
mi piel dormida en la mañana,
la
raza de tu aroma me perfuma
con
la magia dorada de tu espuma,
trepando
por el borde de la taza.
A
la tarde en el bar, mientras contemplo
sin
memoria ni rastro, la vereda,
y
la taza de café, mi compañera,
es
parte de mi ser, mi propio cuerpo.
Con
el sabor de cielos estrellados
y
un suave corazón de terciopelo,
se
va abrazando a mí y, en ese vuelo,
brota
un canto de paz, como un milagro.
Cuando
la noche cuelga su tristeza
y
el aire tiene suavidad de almendras,
me
refugio en el templo de mi taza,
y
me lleno de luz en las tinieblas.
En
el tramo final, sin escenario
donde
no existe religión ni fe,
quiero
llevar como un escapulario
mi
taza de café.
LA
MANTA ASTURIANA
La
manta de la abuela
que
trajera de Asturias
tiene
recuerdos tibios
de
castañas calientes.
Temblores
de sollozos
en
noches de penurias.
arrullos
de palomas
en
mañanas ardientes.
La
mórbida textura
de
traviesos caprinos,
con
salvajes olores
de
ríspidos caminos.
Aprisionó
colores.
El
rosa del cerezo,
el
verde del castaño
el
azul de las flores.
Abrigó
las ventiscas
con
sus chispas de nieve
y
se guardó celosa
una
estrella en sus pliegues.
A
pedir un milagro,
subiendo
a Covadonga,
se
mojó con orballos
de
las nubes redondas.
Con
destreza felina
en
la manta asturiana
hoy
se duerme mi gato…a los pies de mi cama.
Pintura de Ernest Descals
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