miércoles, 28 de noviembre de 2018

Judith Gomez Bas

                                                
                                              

MI TAZA DE CAFÉ

 

 

Sobre mi piel dormida en la mañana,

la raza de tu aroma me perfuma

con la magia dorada de tu espuma,

trepando por el borde de la taza.

 

A la tarde en el bar, mientras contemplo

sin memoria ni rastro, la vereda,

y la taza de café, mi compañera,

es parte de mi ser, mi propio cuerpo.

 

Con el sabor de cielos estrellados

y un suave corazón de terciopelo,

se va abrazando a mí y, en ese vuelo,

brota un canto de paz, como un milagro.

 

Cuando la noche cuelga su tristeza

y el aire tiene suavidad de almendras,

me refugio en el templo de mi taza,

y me lleno de luz en las tinieblas.

 

En el tramo final, sin escenario

donde no existe religión ni fe,

quiero llevar como un escapulario

mi taza de café.

 

 

 



 

                                                                                         

LA MANTA ASTURIANA                             

 

La manta de la abuela

que trajera de Asturias

tiene recuerdos tibios

de castañas calientes.

 

Temblores de sollozos

en noches de penurias.

arrullos de palomas

en mañanas ardientes.

 

La mórbida textura

de traviesos caprinos,

con salvajes olores

de ríspidos caminos.

 

Aprisionó colores.

El rosa del cerezo,

el verde del castaño

el azul de las flores.

 

Abrigó las ventiscas

con sus chispas de nieve

y se guardó celosa

una estrella en sus pliegues.

 

A pedir un milagro,

subiendo a Covadonga,

se mojó con orballos

de las nubes redondas.

 

Con destreza felina

en la manta asturiana

hoy se duerme mi gato…a los pies de mi cama.

  

   Pintura de   Ernest Descals

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