Ilusiones
de Adolescente
Desde muy
joven, participé en un partido llamado Concentración
Obrera.
Luchábamos para que no hubiera diferencias sociales.
Hombres
honrados conducían esa organización, muchos de ellos llegaron con
el tiempo a ser concejales en lo que era por entonces el Concejo
Deliberante, pero nunca cambiaron su posición social: eran pobres y
siguieron siéndolo.
Recuerdo un
episodio que ocurrió cuando era chica y que dio que hablar bastante.
En esa época la compañía eléctrica se llamaba Chade,
el pliego a aprobar por el Concejo era muy discutido y le ofrecieron
al concejal de mi partido- omito el nombre porque fue un hecho
verídico- una coima suculenta que no le hubiera venido nada mal,
pero su honestidad estaba ante todo, además era el lema de ese
partido. Increíble pero real.
La juventud nos hacía fuertes
ante todas las contrariedades que en ese tiempo se nos presentaban y
los valores que estaban presentes creíamos que eran valiosos para
forjar un destino grande. Se aprendía de los mayores, se era
solidario, se pretendía una justicia equitativa, los jueces eran
respetados por sus dictámenes y la palabra corrupción aparecía muy
de vez en cuando.
Tal vez fueron ilusiones de
adolescente. ¿Pero acaso no sería maravilloso vivir en un país
donde las diferencias sociales no existieran, las organizaciones
contaran con el apoyo del gobierno y las universidades y las escuelas
fueran refugio de la juventud y el camino para su porvenir?
Mi
viejo barrio
Después de varias décadas
decidí ir a aquel lugar donde el sol solía ser de color plateado y
la luna dorada, allí donde cada uno se reconocía: el viejo barrio
de mi infancia y parte de mi adolescencia.
A cada paso del recorrido la
emoción atrapaba mi alma, por momentos tenía cinco años y por
otros quince, pero a la vez me encontraba desorientada, no podía
creer lo que mis sentidos observaban y olfateaban, así que me dejé
atrapar por los desteñidos recuerdos.
De repente apareció ese
barrio de casas bajas con olor a canela y agua de azahar, con grandes
jardines llenos de malvones, alegrías del hogar y jazmines que
exhalaban un perfume que invadía todo el escenario.
Los vecinos competían por
tener el mejor jardín, querían destacarse en la cuadra y con
esfuerzo lo conseguían.
Lo tengo tan presente, como
esos días de verano con las calles repletas de niños subidos a su
monopatín, andando en bicicletas, corriendo carreras para ver quién
llegaba primero, jugando a las figuritas o trepados en el árbol. El
murmullo de las vecinas y el griterío del piberío.
Una niñez de gratos momentos
junto a mis padres, hermanos y amigos. No faltaba ocasión de hacer
algún revuelo en la cuadra, sobretodo cuando con mi mejor amiga
Emilia hacíamos de las nuestras y terminábamos tirándonos del pelo
y nos enojábamos hasta la mañana siguiente en que de nuevo
íbamos juntas a la escuela.
En aquel tiempo la gente se
brindaba para ayudar y cooperar en lo que fuera necesario, te fiaban
en los comercios, tu palabra tenía valor, éramos entre todos una
gran comunidad. Se compartía para consolarnos y hacer más llevadera
la mala racha.
Otros contextos, otras edades…
una visión más positiva de un futuro mejor.
“Bueno,
bueno- pensé-, Antonella dejá de filosofar”
y ahí volví a la realidad: el cambio era notorio, muy pocas casas,
muchos edificios de departamentos, pocos chicos en la cuadra, ningún
viejo almacén, ni el galpón del carbonero como mudo testigo de
aquellos años.
Regresé a mi casa y al ver a
mis biznietos jugar en el comedor pensé: qué bueno fue recordar los
sueños de aquella juventud, que en su mayoría se cumplieron.
Ahora será necesario
aggiornarse a la postmodernidad, para no parecer una vieja
centenaria.
Qué hermosos relatos!
ResponderEliminarGracias Gladys por estos relatos y por tu dedicación.
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