jueves, 31 de agosto de 2017

Miriam Alvarez

                                               
                                                      Artista Robert Gonsalves

Lo que nadie toca


El agua arrastra
los días
que no existen.
Por eso,
siempre habrá
una hoja seca
aferrada a la piedra.
Flotará unos minutos
y será
tan real y tan viva
como esta mano
que escarba
lo que nadie toca.





Invisible
Ella está sola en la entrada de autos del albergue de mala muerte. Es invisible para todos, menos para él y para mí.
Tiene unas trencitas descoloridas y un saquito apretado que apenas le cubre la piel. Parece una muñeca de porcelana: mueca rígida, ojos abiertos.
Para abrir sus labios resecos por el frío y poder decir su precio, pasa su aliento por cedazo, para que no tenga grumos congelados.
La miro de costado, con un gesto vacío y me da vergüenza tropezar con la baldosa floja.
Yo con mi bolsa de pan, humillando su pancita chata de hambre. Él y yo mirándola, mientras el barrio se alborota con la salida de la escuela.
Tres nenas corren por la vereda de invierno, con su saco azul, sus medias, sus bufandas y sé que a ella le hace falta cubrirse de ese viento profundo.
Le doy un pan de mi bolsa y mi chal de lana. Ella desparece entre los tilos deshojados, con un brazo desconocido rodeándole el hombro y mi mirada de desamparo aferrada a su espalda.

Alejandra Alma Marotta

                                                  Astista  Mark Chadwick

Un árbol desnudo bajo el cielo gris, la soledad movida entre las ramas,
el húmedo temblor de todo lo que espera.

*

Ojalá que algo de empatía sea cierto; que la fragilidad se escuche, nuestra.
Y la vida hable

*

Qué luna llamará las olas del desastre, si la tristeza insiste en constelar
horror entre nosotros


*


Laceran las palabras que intentan maquillar la desnudez:
sin gracia es nuestro cuerpo, al que le faltan;
y grito
mientras nos falte un cuerpo.


*


Cuántas soledades reunidas por la noche, y cuánto desamparo
pronuncia el mismo nombre horror entre nosotros.

*

Anudar la lengua con el dulzor de algún beso; saber pues, como amar el canto. Decir entonces qué puede la ternura.
Creer como crear...
O la tristeza lo irá v
istiendo todo

  Alejandra Zarhi

                                                                 Artista T.Kopera

ALGUIEN




Hay alguien que no entiende,
de lo nuestro.
Alguien que no sabe del amor
y es incrédulo.
Alguien que algún día
llora mi ausencia.
Ese alguien, que no sabe lo que siento.


Un alguien,
perdido en el cemento.
Asustado de la gente que lo mira,
pierde la noción y se le va el tiempo.


Ese alguien eres tú y es cierto.
Poco a poco serás el recuerdo
dibujado en el rostro y en el cuerpo.

 
ALMA GEMELA


Se que sólo eres una mentira
de mi imaginación,
un sueño que reconforta la vida,
una esperanza hecha ilusión.


Una calma para esta sed.
Música para el cuerpo.
Un destello de luz, para mi ceguera.


Sólo eso eres tú: amigo, compañero.
Guardián del bosque.


El lobo solitario. El alma gemela,
de esta loba loca
que se pone demente cuando tu, la tocas.







Julia Elena Agostina

                                                          Artista Christian Schloe
.
.
ESPEJISMO 

Amo el crepúsculo 
porque de él emana 
el pensarte, soñarte.

Divina noche sobre 
tus hombros reposa
rebozo de estrellas 
rutilantes de luna 
enamorada.

A través de mis sueños
puedo verte, sentirte,
acariciarte.

Espejismo de pasión 
de noches sublimes 
incitan al amor a unir
nuestros cuerpos a bailar
pegados al sonido de tu voz.




NOSTALGIA 

La nostalgia me abraza,
mis lágrimas ahogan mi
garganta.

Ilusiones se hunden en 
el abismo del desamor,
nace la desesperanza.

Mi alma encalla en el daño
irremediable, en el dolor 
inminente de la despedida.

Tu ausencia me seguirá 
en cada amanecer.
Puedes no quererme ya,
pero aún así mi recuerdo
te alcanzará.

12/05/2017

Orlando Van Bredam


Convivencia


-Es difícil vivir con una mujer conflictiva, que hace problemas por todo- dijo Juan.
-Cierto. O aquella que dice estar enferma. Siempre le duele algo- dijo Pedro.
-Así era mi mujer.
-¿Hipocondríaca?
-Eso. Hipocondríaca. Cuando no le dolía la cabeza, le dolían los ovarios o el vientre o el hígado.
-Es difícil vivir así.
-Cansa. Harta.Jode. Uno llega contento y ella saca a relucir sus dolores.
Largo silencio de Juan y Pedro.
-¿Te separaste?
-No-dijo Juan- se murió.


Nerudiana

No, no soy machista. Nada de eso. Al contrario, cuando se pronuncia esta palabra toco madera. En mi casa, mejor dicho, en “nuestra familia”, mantenemos una armónica convivencia. Con Matilde, mi mujer, tenemos las cosas claritas. Cada uno en lo suyo, respetando al otro.
Ella, por ejemplo, tiene el privilegio de administrar nuestros ingresos. Es una mujer realizada tanto en el hogar como en sus dos empleos. Con uno solo no nos alcanzaba para vivir.
Mientras tanto, yo escribo. Mi pasión es la literatura. Ella es muy comprensiva, como todas las Matildes según dicen. Siempre me insiste: escribe, Negro, escribe, no te frustres como poeta, tienes un gran futuro.
Ella se dio cuenta el mismo día que la conocí. Le largué al oído unos versos matadores:
A nadie te pareces desde que yo te amo” y enseguida “Te amo y en vano te oculta el horizonte/ te estoy amando aún entre estas frías cosas”.
Matilde es un espíritu sensible. Se emocionó, se enamoró, se dio cuenta de que habíamos nacido el uno para el otro.
Ahora, cuando la veo allí en la cocina, con el último bebé en brazos, renegando con Laurita, picando cebolla, pensando en las cuotas de la heladera, ¡me entra una ternura!
Entonces me le acerco muy lentamente y le digo al oído:
Me gustas cuando callas porque estás como ausente”. Y ella llora. ¡No sé si de emoción o por la cebolla, pero juro que llora!
A veces tengo remordimientos: ¿le diré alguna vez que los versos que digo son de Pablo Neruda?

David Sorbille

 

EL SUICIDIO DEL ARTE



Jackson Pollock nació en Cody, estado de Wyoming, en 1912, y, muy pronto, demostró su agresivo talento. Delgado, solitario y rebelde, provenía de una humilde familia de escoceses e irlandeses.
De padre agricultor y madre emprendedora, Pollock era el menor de cinco hermanos, y, antes de cumplir los veinte años, conoció su adicción al alcohol, odiaba la retórica -ese cúmulo de teorías que se contraponía con su natural dedicación a la pintura abstracta que modeló su espíritu- e, igual que el “polaco” -el hijo del ebanista de mi barrio-, también era pendenciero y orinaba en las paredes.
En 1929, Pollock llega a Nueva York y se convierte en discípulo de Thomas Hart Benton, admira a Ryder y a los muralistas mejicanos y asume la trascendencia de la mitología sobre los fundamentos existenciales.
Años después, el crítico de arte Harold Rosenberg -que privilegiaba la idea de la unidad entre el artista y el cuadro en el que actúa-, dijo de Pollock: “El pintor moderno comienza con la nada. Es lo único que copia. El resto es pura invención”.
El “polaco” pintaba frentes como si fueran cuadros, y se sentía muy feliz cuando perdía la línea e improvisaba. La bebida, como para algunos pintores, consistía en su necesaria evasión, pero, a diferencia de Pollock, el “polaco” no vivía del afán de éxito, aunque sí de la común desesperación.
Sus ampulosos gestos parecían disfrazar el ímpetu de su ingenio, mientras sus pinceles chorreaban infinitos colores, como si estuviera dando forma a un sueño en un lienzo inexistente.
En el barrio de Villa Devoto, pocos entendían lo que le pasaba, más allá de la esquiva relación con el hosco de su padre, a quien le ayudó en un principio a restaurar muebles, o con su posesiva madre, recientemente fallecida. Pero, seguramente, había un artista escondido en su innata extravagancia.
El escritor inglés John Berger, diría de Pollock: “Hay algo en la forma en que mueve los brazos y los hombros, que recuerda a un tirador al blanco o a un apicultor enjambrando una colmena”.
Señas más, señas menos, esas características también podían corresponder al “polaco”, cuando no había un cliente que lo reprendiera en su desaforada acción, muchas veces, producto de sus reiteradas borracheras. El “polaco” subía y bajaba andamios con total facilidad, como si fuera el más feliz de los felinos, o el más imprudente de los hombres al que aún no se le conocía amorío.
Pollock, en cambio, tuvo una amante y, desde 1940 una esposa, también pintora, llamada Lee Krasner, con la que compartió su referencia del mundo real a través de símbolos totémicos, hasta que un día de 1956, decidió darle extrema velocidad a su impulso etílico y se mató en un accidente automovilístico a los cuarenta y cuatro años de edad en Springs Long Island.
El “polaco” -se supo luego-, se había enamorado de la hija de un remisero y embarazada por un viajante de comercio al que dijo renunciar, aunque los hechos se encargaron de desmentir. Entonces, a poco de cumplir los cuarenta y cuatro años y ebrio como nunca lo había estado, el “polaco” movió sus brazos blandiendo un pincel en su mano derecha y un rodillo en su izquierda.
Estaba en un andamio de cinco pisos cuando cayó al vacío, y tuvo la misma mala suerte, pero no la fama, del inefable Jackson Pollock.

 

LA MEMORIA PERDIDA



Mi nombre no viene al caso, pero en estos momentos tengo muy presente a un amigo metalúrgico que, en su lecho de enfermo, intentaba simular la inmensa tristeza que le ocasionaba el festín de los corruptos que habían gobernado el país en las últimas décadas.
Recuerdo, también, que me pidió leer en voz alta estos párrafos del libro “Lugar común la muerte” de Tomás Eloy Martínez: “Concedí que la muerte era, como la salvación o la tortura, un privilegio individual. Ahora sé que ni siquiera ese lugar común nos pertenece”.
Pasaron varios años de aquel episodio y, muchas veces, la memoria vuelve a acercarme a las reflexiones del amigo muerto, para encontrar alguna forma que convierta la bronca en algo positivo.
Por eso, si te digo que tengo la solución frente al dilema de esta época, estaría mintiendo, pero, en tanto podamos expresar lo que uno lleva adentro, al menos, no estamos tan solos.
No obstante, pienso que aquella utopía del “hombre nuevo” debe ser reclamada por la realidad, de lo contrario, no será más que una idea de biblioteca.
Estamos como estamos, porque la batalla cultural, a la que nos referíamos en nuestra juventud, no fue librada con inteligencia.
Aquel amigo agonizante, que se negaba a escribir sus memorias para no quemar a nadie, me lo dijo, jugamos a la guerra y perdimos.
En los ’70 ayudamos a traer del exilio a Perón, pensando que era Mao, cuando teníamos que haber sabido un poco más de historia argentina, porque nos pasamos peleando por la “patria socialista” cuando al obrero lo único que le interesa es ir del trabajo a casa y de casa al trabajo, como en los tiempos del “Perón cumple” y “Evita dignifica”.
Nos habíamos acostumbrado a los fierros, a justificarnos en todo, a no dar un paso al costado, pero, es demasiado tarde para los lamentos, y aunque pasó lo peor de la última dictadura militar, las consecuencias nos han devastado, como al resto del mundo después de la caída del muro de Berlín.
De todos modos, aplaudo tu resistencia a no ser fagocitado por el sistema, y saber que cada día que vivimos estamos desafiando a los que empeñaron hasta nuestra voluntad de existir.
Me han dicho que tus artesanías lucen muy bien y que estás organizando una especie de cooperativa en una plaza de Belgrano.
Es un proyecto interesante que puede rendir beneficios, aunque debo advertirte que siendo asesor de inteligencia estatal después de los indultos, encontré que tu nombre y actividad están calificados “bajo sospecha”…
Pero, en realidad, no sé para qué me preocupo, si esta carta que escribo, seguro que la voy a perder.

Del libro LOS LUGARES COMUNES Y OTROS RELATOS

Lilian Costamagna

Artista Sergio López


Claroscuro
Abajo, el agua fría y negra; arriba, la luz cálida y amarilla. Quiere llegar, no hay soga para aferrarse; se esfuerza para subir, coloca ambas piernas en las salientes irregulares de ladrillos musgosos; se sostiene con una mano en el hueco que dejó un bloque ausente y con la otra, se topa con la lisura resbalosa. Pedruscos sueltos caen al fondo del agua helada.
No puede avanzar. Si mira hacia arriba, la altura lejana, lo marea; si mira hacia abajo, un círculo concéntrico quiere tragarlo. Sin embargo, asciende un metro, tal vez.
Se tensan los músculos hasta la extenuación. Luego, una mano se desprende y lo hace girar hasta golpear la cabeza en la pared circular. Se toca la frente ensangrentada y sudorosa (es lo único cálido en ese recinto).
Arriba, la luz se está tornando opaca. Son las sombras de la noche que se avecina. Nuevamente se derrumba y cae en la profundidad oscura. Ahora quiere descansar…
Se arrebuja en posición fetal, abre los ojos quietos y palpa la costra seca de una herida. Se revuelve sobre la almohada. Inexplicablemente, ahora está agarrado a la boca redonda del brocal, pero un ser maldito le martillea los nudillos, hasta hacerlo sucumbir.
Cubre su cuerpo exhausto con las sábanas. Por la ventana, se insinúa el alba.