Lo
que nadie toca
El
agua arrastra
los
días
que
no existen.
Por
eso,
siempre
habrá
una
hoja seca
aferrada
a la piedra.
Flotará
unos minutos
y
será
tan
real y tan viva
como
esta mano
que
escarba
lo
que nadie toca.
Invisible
Ella
está sola en la entrada de autos del albergue de mala muerte. Es
invisible para todos, menos para él y para mí.
Tiene
unas trencitas descoloridas y un saquito apretado que apenas le cubre
la piel. Parece una muñeca de porcelana: mueca rígida, ojos
abiertos.
Para
abrir sus labios resecos por el frío y poder decir su precio, pasa
su aliento por cedazo, para que no tenga grumos congelados.
La
miro de costado, con un gesto vacío y me da vergüenza tropezar con
la baldosa floja.
Yo
con mi bolsa de pan, humillando su pancita chata de hambre. Él y yo
mirándola, mientras el barrio se alborota con la salida de la
escuela.
Tres
nenas corren por la vereda de invierno, con su saco azul, sus medias,
sus bufandas y sé que a ella le hace falta cubrirse de ese viento
profundo.
Le
doy un pan de mi bolsa y mi chal de lana. Ella desparece entre los
tilos deshojados, con un brazo desconocido rodeándole el hombro y mi
mirada de desamparo aferrada a su espalda.
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