miércoles, 27 de junio de 2018

Carla Demark



Los ojos del poeta

Lo que veo es un engaño.
Un vértice pequeño
de lo que existe y late.
Un apéndice vacío y quieto
de lo que vibra y hace.

Rebusco en papeles viejos,
indago con palabras huecas.
Busco un anzuelo en mis ojos
para perforar la apariencia.
Sé que la magia también existe
en aquel pedazo de hierba.

Y alguien dice que saber mirar
es contemplar desde uno mismo.
Y desde allí la propia letra
arranca las cortezas de este artificio.

¿Una hoja es siempre una hoja
y una mirada es igual a otra mirada?
Para el poeta no:
él puede ver al desamor naciendo
en un granito de escarcha.

De Siete mil aleteos (Dunken, 2016)

 

 
Epitafio

Me opongo a la muerte
porque es obtusa y desconsiderada,
porque es distante y agachada
y tenue en sus visitares.

No quiero ver al pájaro caer
en el vuelo hacia el ocaso,
ni mientras canta las últimas notas,
ni cuando calla al llegar la mañana.

Me opongo a la muerte
por fantasmal e insulsa,
por semitrágica y semimítica,
por altanera y desvergonzada.

No la quiero: es siempre inoportuna,
inalterable desenlace al que temo,
como le teme a la quietud el viento.

Que no venga.
¡Aún quiero extinguir este dolor con vida,
arropar este temor con alma
y resistir con versos mi alegría!

Que no venga.
Que se hiele en el mar en que nunca nadaré. 


De Siete mil aleteos (Dunken, 2016)




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