Artista Michael Creese
Mariposeando
De
larva, a oruga, a ninfa, a crisálida, a mariposa multicolor, he
fisgoneado en un alfalfar y en los campos de margaritas. ¡He visto
tanta belleza en mi largo andar!
He
mutado en mariposa nocturna para pasar inadvertida en los rincones y
en el submundo de las escaleras. He vagado en torno a sitios ignotos.
He leído sonetos; he escrito odas y elegías y he viajado en
canciones. Me he camuflado para huir de las fumigaciones y las
toxicidades, en un enjambre de mariposas, ¿mariposario? (no me gusta
ese sustantivo colectivo porque me suena a laboratorio aséptico y
frío) que, en un corte y una quebrada, en giro y contragiro, hemos
bailado un “allegro molto e vivace”o un vals de las mareadas… y
aún perduramos.
Aquí
estoy, estamos todas, mariposeando, pizpiretas de caprichos y
aficiones. En una elegía “mariposearé tu alma soñadora” y
seguiremos volando/soñando para no terminar pinchadas con el alfiler
asesino del entomólogo.
Debajo
del felpudo
-Yo
no viví debajo de un felpudo. –me dijeron.
-Yo
tampoco, porque ahí se esconde la basura y no soy una basura, es que
barremos debajo de la alfombra, antes de que llegue la suegra, que
con su naricita parada, a controlar con un dedo, si hay polvo sobre
los muebles.
Un
poeta decía: “Yo no te digo que soy un hombre puro, no. Todo lo
contrario. ¿Acaso tú has probado el agua químicamente pura, el
agua de laboratorio?”
Confieso
que he transitado por veredas de seda y terciopelo. Que he caminado
derechito a fuera de hostias y cachetazos. Que después me desvié
por las esquinas sórdidas del peligro y compartí con facinerosos y
miserables. Que osé trepar los muros prohibidos para ver qué cosa
hay del otro lado. Que sufrí el temor a los relámpagos y las
tormentas eléctricas. Que también descansé bajo la sombra de un
ombú frondoso, y seguí sobreviviendo. Que navegué mares
tempestuosos y que me entregué a la quietud de un lago, en una cuna
de amor. Que paseé en un borrico blanco, “peludo y suave, como si
fuera de algodón”; que me subí a la grupa de una burra oscura,
empacada y pateadora; que un príncipe me llevó en su corcel blanco.
Y
aquí estoy, parada sobre mis reales plantas, como un dinosaurio
joven, sacudiendo mi cola portentosa para espantar a las moscas
intolerables.
Pero,
¿quién me quita lo bailado? Subiré los peldaños de las fantasías.
Soñaré con los pies, me maravillaré con el pecho y hasta las
lágrimas por lo bello de la vida, y bailaré, ¡Quién sabe qué
ritmos y qué sones hay por sorprender aún! Debajo de un felpudo eso
no sería posible.
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