martes, 28 de agosto de 2018
© Juana Castillo Escobar
REFUGIADOS
─¿Qué significa la apalabra refugiado? ¿Alguno de vosotros puede explicarlo al resto de la clase? ¡Tú, Guillermo, veamos, cuéntanos qué es para ti un refugiado!
El chico responde a la pregunta del profesor:
─Un refugiado es alguien que busca un escondite porque tiene miedo de algo.
─Bien, no es una mala contestación pero hubieras podido redondearla algo más.
Uno de los muchachos no para de alzar la mano, de ponerse en pie.
─Vamos, Alberto, tú qué opinas, se te ve muy interesado en compartir…
No le deja terminar. Puesto en pie el chaval habla con rapidez, las palabras parece que se le apelotonan en la boca:
─Un refugiado es alguien sucio, que viene a nuestro país a ocupar los puestos de trabajo y las casas que les quitan a otros, llegan a chupar…
─¡Alto, alto, alto! ─Exclama el profesor descontento por la manera de pensar de su alumno─. No sé, aunque lo imagino, de dónde sacas tamañas aberraciones pero estás muy equivocado.
─¡No, no lo estoy! ─Grita el muchacho sin permitir que el profesor termine de hablar─ Además, lo dice mi padre que lleva en el paro más de tres años, y se pasa el día quejándose de estos ─lo recalca con voz en la que el desprecio y el odio se hacen palpables─… Sí, de estos refugiados que vienen a quitarle el trabajo…
─Alberto, no se puede ser tan radical. Esa manera tuya de pensar, y de muchos como tú, es la que hace que exista tanto odio en el mundo. Seguro que algún familiar tuyo, en algún momento de su vida, tuvo que emigrar.
El chico se sienta en su pupitre, su cara refleja enfado, más que enfado, verdadera ira por no haberse salido con la suya: el profesor acaba de dar en la diana, su abuelo, sin ir más lejos, tuvo que salir al extranjero, fue uno de los muchos que “hicieron las Américas” en busca de asilo y sustento. Patea el piso, da golpes con el puño cerrado sobre el pupitre. El resto de los compañeros le observan, no se sabe bien si con miedo o complacencia.
Don Obdulio, el profesor, le pone la mano en el hombro; el chico le mira con rabia pero calla.
─Veamos, Alberto, a ti te gusta mucho Rosa, ¿verdad?
─Sí, claro que sí, tío ¿a ti qué te importa? ¿Qué tiene que ver con los refugiados?
─Puede que nada o, puede que mucho.
─Rosa, quizá no quieras tomar parte de esta polémica, en ningún momento pretendí que tomara estos derroteros pero me gustaría conocer tu opinión ya que eres algo más que una amiga para Alberto y él lo es para ti. Ilústranos. ¿En algún momento habláis de temas parecidos?
Alberto va a replicar pero Don Obdulio le oprime el hombro y le mantiene sentado. Se lleva el índice a la boca y, en voz baja, agachado junto a su oído, le susurra: Ahora tiene el turno de palabra “tu chica”, respétala y deja que diga lo que tenga que decir. ¿Temes escuchar algo inapropiado? O, lo que te da miedo es que ella no opine lo mismo que tú.
La adolescente, después de tragar saliva, se pone despacio en pie. Le brillan los ojos. Mira a Alberto como si lo viera por primera vez. Siente que más de un velo ha caído de su cara y le acaba de dejar diáfana la vista. Carraspea antes de tomar la palabra.
─Don Obdulio, clase… Alberto y yo nunca hablamos de temas parecidos, lo cierto es que suele hablar muy poco, él preferiría actuar, yo no le dejo y… Esto no viene a cuento pero sí lo que os confesaré ahora. Mi nombre no es Rosa, ni he nacido en vuestro país, ni nada por el estilo. Me llamo Fatma, mi familia y yo llegamos como refugiados hace más de catorce años, creo que yo tenía dos o así. Vinimos huyendo de la guerra, de las matanzas, de las violaciones… Mi hermano mayor fue llevado al frente con tan solo doce años, jamás volvimos a saber de él. Mis hermanas, las gemelas, con tan solo diez años fueron violadas repetidamente por los soldados de ambos bandos… Y, por último, casi toda la familia fue pasada a cuchillo. Mi padre logró sacarnos del país a mi madre, mi cuarto hermano y a mí. Las gemelas murieron. Tíos, primos, abuelos, todos murieron, creo que ni se les pudo dar sepultura.
˂˂Llegamos a España con miedo, cambiamos nuestros nombres, nuestras costumbres y nos integramos en esta sociedad que, hasta ahora, nos acogió con los brazos abiertos pues hay personas que conocen nuestra historia pero, está visto que no a todo el mundo se le debe contar.
˂˂No somos apestados, somos unos seres humanos que, por desgracia, nos vimos obligados a salir de nuestro país y dejar todo lo que queríamos en él. Mis padres son unos trabajadores esforzados, también yo me esfuerzo por hacer las cosas lo mejor que puedo. Vivimos como vosotros, acatamos las mismas leyes, tanto mi familia como yo hablamos vuestra lengua y, en realidad, me siento más de este lugar que de ningún otro porque es el sitio en el que, puedo decir, he pasado toda mi vida. ¡No me digáis que, al ver las noticias, ¿no sufrís con las imágenes de esas pobres gentes que mueren en el mar, que mueren en sus ciudades, que se ahogan bajo los escombros de sus propias casas, frente al mercado cuando un suicida se hace estallar y con él a decenas de inocentes, personas…?!
La voz se le entrecorta. Las lágrimas, que ha contenido a duras penas, corren libres por sus mejillas. Don Obdulio está atónito, sin palabras, pero sabe que debe reaccionar.
─Rosa… Yo no…
─Llámeme Fatma, Don Obdulio. Creo que con el debate de hoy acabo de quitarme un peso de encima.
─No era mi intención que nos contaras tu historia, no la conocía…
─En serio, Don Obdulio, no se apure. Algunas amigas sí que sabían mi secreto y, a pesar de ser “una apestada, una sucia refugiada” ─mira con conmiseración a Alberto─ han seguido tratándome con el mismo cariño de siempre. Espero que el resto de la clase sea de la misma opinión.
Los chicos, aún conmocionados por la historia que acaban de escuchar de labios de su compañera, la más guapa, brillante, inteligente y querida por todos ellos, en un principio, no saben cómo reaccionar.
Don Obdulio la abraza. Aún sujeta por el hombro, el profesor dice:
─Aquí tenéis el ejemplo de una valiente. Alguien a quien hay que escuchar porque conoce más de la vida y del sufrimiento, aunque no lo viviera de forma directa, sino a través de sus padres, que cualquiera de nosotros. ¡Qué cualquiera, que todos nosotros juntos! Tienes madera de heroína… ─Suelta a Fatma y, mirándola fijamente, aplaude con fuerza─. Es la mejor explicación, la mejor respuesta a mi pregunta de quién es un refugiado.
Alberto, libre de la presión sobre su hombro de Don Obdulio, con brusquedad guarda sus libros y cuadernos en la mochila y sale del aula dando un portazo. Al final no sabe cuál es su verdadera opinión sobre los refugiados. Se pregunta ¿cuál es la verdad?
Ya en la calle respira profundamente. De manera involuntaria acaba de pasar el largo puente que lleva de la adolescencia a la madurez. Camina hacia su casa, va dando tumbos, ante sus ojos ve a su padre, sentado frente al televisor, rodeado de latas de cerveza, colillas y, como él mismo dice, “oliendo a tigre”, nunca hace nada si no es quejarse del “trabajo que no tiene porque los que llegan se lo quitan” y, mientras él se queja, bebe cerveza, juega a las cartas con los amigos en casa o en el bar, la madre de Alberto regresa al piso después de partirse el alma limpiando las casas de otros… Al poco la imagen varía. Recuerda al doctor Montalvo, padre de Rosa, o como se llamen los dos. Un hombre agradable, trabajador, siempre dispuesto a ayudar (no sólo en el centro médico, también visita a domicilio a quienes lo necesitan pero no pueden, o no tienen la posibilidad de recurrir al centro). Ve la gran diferencia entre los dos hombres…
En el portal de casa, agazapado bajo la escalera, lejos de la vista de todos, Alberto llora de rabia, de tristeza y, también, ¿por qué no? de envidia. El doctor Montalvo es todo lo que su padre no es ni será jamás: un buen hombre. Alguien al que él, desde ese mismo instante, ha decidido no parecerse. Mañana, cuando regrese al Instituto, pedirá perdón por sus palabras, a Don Obdulio pero, sobre todo a Rosa, su Rosa… No, rosa no, Fatma, ¡Fatma, qué hermoso nombre!
Comencé este relato-historia el miércoles, 16-09-2015 a las 14,45 p. m., tuve que dejarlo porque me dolía. A la vista de los acontecimientos (que no han variado en los tres últimos años) decidí terminarlo otro miércoles, el 22-08-2018 a las 14,39 p.m. y compartirlo
Relato del libro-cuaderno inédito “Relatos de viajes”
Pintura de MIGUEL ELÍAS SANCHEZ SANCHEZ
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Muchísimas gracias, Gladys, por publicar mi relato. Un gran abrazo desde Madrid. Seguiremos en contacto.
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