Despierto en el monasterio, antes del amanecer, aún conmigo la imagen del músico chino con su instrumento, contra la pared de un túnel del metro de Madrid. Las personas arrojaban sus monedas, sin detenerse. ¿Un anciano chino sonriendo con humildad bajo esa metrópoli tan bulliciosa? ¿Un cliché? Pero a medida que el sonido avanzaba, la ciudad entera comenzó a transparentarse en mi mente, deshaciéndose, como una vieja calcomanía que cae en un arroyo. El violín tenía una sola cuerda. Pero esa única cuerda encerraba la totalidad del Ser: puros, sin Historia, el amor el miedo el dolor la felicidad la tristeza, en ese único sonido de esa sola cuerda. No el mítico río sino el viento, el que borra los instantes, el que resbala por las centurias. El viento que no logran cubrir las campanas ni los cánticos de los monjes. El viento, que ahora escucho zumbar oscuramente contra la ladera de la montaña de Leyre*, es su contracuerda. Un solo arco une ambas.Este es el lugar donde lo Uno y lo Múltiple se encuentran, me dije, mientras oía trepar el viento por los árboles, para castigar las ventanas del monasterio. Esta es la raíz. (Había una gota de luz y nos reducíamos para caber en ella). San Virila ha subido a la fuente. Se ha entretenido escuchando el canto de un pájaro. Se oye la campana vesperal, pasan los monjes con sus negras capuchas, pasan los siglos, sus pensamientos golpean las puertas del cielo. Después de trescientos años San Virila regresa. Encuentra el mismo viento. El cielo no resistirá la belleza de esta montaña. El cielo descenderá sobre los otros, caerá con el sol del otro lado, brillando oculto a la visión del celeste pantano de Leyre. Pero nuestro solo compañero incesante permanecerá con nosotros. Quedará castigando nuestras ventanas, el viento del Norte, el de todas partes. Golpeará y golpeará nuestras ventanas, nuestros cuerpos, nuestras mentes, hasta que un día al fin deberemos dejarlo pasar. Veo cómo las razas se entrecruzan. Rápidas son las velocidades del Norte, estrecho el territorio. Toco la superficie. Distinta la pulpa, idéntico el carozo. Gira la cáscara del presente, gira rápido, bulliciosa. Me muevo en silencio sobre ella flotando como un chino sobre papel de arroz. Cuán liviana la totalidad, cuán fría su moneda.
Ext de Sísifo en el Norte Ediciones Ruinas Circulares
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