Con
los labios oxidados
Con
los labios oxidados
Dicen
los antiguos que el niño
nació
con el cuero escrito en sánscrito.
Inundado
el centro amniótico que inauguró la vida con una ráfaga. Dicen
también que cargaba la cruz del error en los ojos
y
que los dones sacrílegos destejieron una a una las pieles.
Otros
cuentan que colgaba un libro al viento
para
que aprendiera las palabras.
Y
que logró que los cuerpos levitasen jugando al inocente.
Dicen
que en el pueblo sienes de sabiduría blanca
colocaron
velas de incienso en cada puerta.
Y
que el niño caminaba en puntas de pie
para
no hundirse en el agua
que
multiplicaba panes y peces para alimentar el hambre.
Sandalias
de hordas y silencios de piedras y de putas
subieron
a la montaña para hablar a los bienaventurados.
Dicen
que todos escucharon el sermón
y
comieron la imagen del pecado sin romper los restos umbilicales y que
llenaron de luz sus bocas.
Y
entonces el niño hecho hombre
arrulló
los pesares de una elegíaca locura de salmos recién cantados con
una vigilia que en el ocaso
predicaba
sangre.
Y
que luego se sentó a la diestra entre hienas de sal y escarbó
un
génesis profano para resolver los misterios.
Y
que no se cansaron sus manos de masticar corazones y el mundo no fue
otra cosa que su sombra.
Costumbre
de cruz
Abre
las manos el niño y todos los pecados
se
sueltan.
Abre
los ojos el niño y todos los ciegos
vacían
el mar
en
sus órbitas secas de paisajes.
Venera
el mudo su rastro de lengua
húmeda
de palabras en el polvo
que
devuelve la trasparencia de una boca
inundada
de ángeles.
Y
sin embargo arrojan
la
primera piedra y luego más
a
la mujer enterrada en la arena
doloroso
gajo que enjuicia
su
descalza piel.
Hasta
que el niño tiende puentes
entre
las islas de sus manos
y
camina
desafiando
el agua sin dudar
que
las mariposas se disuelven
en
la costilla
en
la estaca.
Otra
trinidad
Dicen
que el habitante de la lejanía desafiaba
el
tiempo
de
los escarabajos.
Que
escribía en jeroglíficos dicen
y
que escondía un cielo
acorralado
por la piedad.
Le
cabía el infinito en ese perpetuo
rumor
en ese único silencio
que
deshilachaba las vendas de la momia
que
siempre lo hostigó.
En
catorce pedazos su cuerpo
su
órgano viril devorado por un pez.
Dicen
que el habitante de la lejanía
enterró
todas sus certezas
y
que su esposa
y
el niño del viento entre los ojos
lo
mecieron
con
olor a sándalo.
Todas
sus vestiduras
fueron
rasgadas y viajaron
los
epítetos a través de miles
de
templos.
Y
dicen también que venció
a
la muerte y que con su ánima
engendró
al viento hecho niño.
Y
que renació en pan
y
que la espiga
se
hizo carne.
Ext de Costumbre
de Cruz
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