miércoles, 19 de diciembre de 2018

Miguel Amaranto


LAS NIÑAS SON PARA LOS NIÑOS

No habían acabado de conocerse cuando Silvestre y Amelia decidieron buscar un departamento para hacer de su romance un asunto de dos. Quizá con esta decisión su entrega se daría con mayor libertad, sin ojos represores acechando los rincones que solían buscar para entregarse. Los padres de Amelia fueron los primeros en oponerse: qué oprobio, qué amor va a ser eso; puro capricho tuyo. Sólo mira qué fachas, ni siquiera es lo que pretende. Pero su mayoría de edad le dio la llave para irse.

Silvestre, en cambio, creció con la hermana de su padre y su marido; una vida áspera desde que sus padres fallecieron. Los golpes y el abuso ocasional del tío hicieron su caracter reaccionario a los estereotipos; de ahí su rudeza, sus fachas, pero un trato delicado a las mujeres.

Buscaron la urbanización más alejada de los suyos para evitar actos desagradables, incluso dejaron amigos optando por hacer nuevos y compatibles. Encontraron empleo en un bar y tuvieron la suerte de compartir el mismo horario, así siempre se acompañarían al entrar y salir del trabajo.

No había mundo que detuviera la grandeza de su amor; se tomaban de la mano sin temor a nadie bajo el cielo protector de la noche; más de un beso florecía en los rincones oscuros y sonreían.

Amelia era feliz al lado de Silvestre, quien no dejaba de sonreir mirádole a los ojos.
Era tierno su amor, puro como sus cuerpos que apenas se habían reconocido entre sí, puro como su sexo que justo ahora empezaba a descubrir placer con el roce de todos los suspiros

No era necesario esperar más para unirse por la ley ya que el tiempo unía los hilos del corazón y el alma, esos que llevan a encuentros de gozo profundo y era como si toda la vida se hubieran amado.

Quién iba a pensar que hacía años un joven rondaba a Amelia sin provocar sospechas, alguien que en vez de conseguir el número de ella, obtuvo el de Silvestre para lanzarle amenazas con mensajes: Aléjate de Amelia y te irá bien, le habría dicho la semana pasada. Silvestre no le dio importancia, algún bromista, quizá. Pero hoy, previo a los preparativos de su unión civil, el mensaje fue breve y decisivo: te lo advertí. La emoción de ver formalizada su relación con Amelia era mayor a cualquier obstáculo que se presentase y eso contribuyó a que no se alarmara.

Nadie más que los amigos cercanos, quienes se ofrecieron de testigos, harían compañía a la pareja. Ya todo estaba listo; mañana a las diez se verían en el registro civil.

Esa tarde, mientras Silvestre se alistaba para ir al trabajo, Amelia le pidió que justificara su falta; hoy estaba sin ganas de ir al bar porque no quería dejar pasar ningún detalle para mañana, por más nimia que fuese la reunión. No te preocupes, respondió Silvestre, exponiendo su emoción con una sonrisa y sin darse cuenta, soltó su cabello. Apenas descubrió, frente al espejo, cuan largo estaba y lo hermoso de sus rizos cayendo. Así te quiero mañana, sugirió Amelia, me encanta como te ves.

Camino al trabajo, Silvestre recibió otro mensaje donde un "te valió madres" estremeció su cuerpo. De pronto, en medio del silencio de una calle, se estacionó un auto a dos metros adelante; de ahí bajaron tres hombres; uno abrió la cajuela y los otros dos tomaron a Silvestre de las manos y los pies. Su fuerza era inferior a la de ellos; vio su fragilidad expuesta y por más esfuerzo que hizo, nada pudo conseguir. Le dieron unos golpes y cubrieron su boca con cinta adhesiva. ¡Te lo dije! Advirtió una voz. Un par de lágrimas calleron por su rostro antes que la oscuridad cubriera la cajuela. Un cuarto individuo estaba listo para acelerar y perderse sin dejar huella.

Al día siguiente, trabajadores de limpieza encontraron a Silvestre afuera del registro civil sin señales de vida. Se habían dado el tiempo de maquillar su rostro cuidadosamente, sus párpados tenían una sombra que resaltaba en sus ojos delineados; sus labios, pintados de rojo brillaban exquisitos; traía un vestido negro,elegante, pegado a su cuerpo que a pesar de su condición, hacía que luciera sensual; el escote exhibía sus gallardos senos; sus piernas firmes y atractivas y sus pies delicados,metidos en tacones.

Y mientras que el forense determinaba despojo violento de su virginidad, sangrado y golpes en abdomen y espalda, Amelia guardó en su memoria, a pesar de lo aberrante de una inscripción que rezaba: las niñas son para los niños, la imagen más hermosa de su amada Silvestre.

Una lluvia aquí, un recuerdo allá
Por: Miguel Amaranto
Hoy es miércoles; Torreón ha despertado con llovizna, y yo lo he recibido con nostalgia; el aire me ha traído recuerdos de Oyotún; el aroma de la tierra ha dibujado en la memoria un sinfín de pasajes de mi infancia: corría afuera de la casa con mis primos y los amigos, la lluvia marcaba minúsculos riachuelos en nuestras caras alegres, corrientes de agua que bajaban, vivases, desde la cabeza; sudábamos, quizá, de tanto retozar en el lodo, olvidando carencias, la ausencia de los padres; sumidos en un gran juego que nadie prohibía ni limitaba.
He ido a Peruanitos, entusiasmado; con el espíritu del niño que brincaba bajo la lluvia; pero hay cosas que cambian con el trascurso de los años: este alborozo lleva consigo una carga de preocupación; esta dualidad se dibuja como lo hacen los pliegues en la piel. Hay algo de qué preocuparse cada día, incluso de no tener preocupación alguna. Si no hay dinero, los compromisos con el sistema, acechan, y si lo hay en exceso o en cantidades moderadas, también; porque es tanto compromiso deber como compartir.
Envuelto en la dinámica de atender clientes y complacerlos, se me ha ido la mañana y parte de la tarde. Entre el aroma de los guisos, el minúsculo olor a dinero y el perfume diverso de la gente, la nostalgia había cedido, pero esperaba mi salida.
Al fin de la jornada, he ido a Radio Torreón; justo hoy estrenamos horario en vivo con invitados que no veía hace tiempo: Sergio Perez Corella es un pintor que conozco hace años; es un hombre simpático, parece que los años jugaran a las escondidas con él y dejan que su rostro se vea igual durante mucho tiempo y su sonrisa siga con la frescura de su juventud; Ángel Reyna también es pintor, además de periodista cultural y, recientemente nombrado, director del Instituto de Cultura de Gómez Palacio, él es vivaz, elocuente y no deja de sonreír, incluso cuando pareciera que no hay motivos para hacerlo, al igual que Sergio, parece que los años se hubiesen detenido en su mirada. Y otros que apenas llegan a mi vida: la pintora Aída Chamut, una señora de ojos primaverales y una delicada sonrisa; y el joven pintor Antonio Natera de hablar pausado pero preciso.
Ha caído la noche; el día ha sido agradable finalmente. He leído noticias gratas: Las esculturas de Don Quijote y Sancho Panza del escultor Joaquín Arias, que contemplan el transitar brusco de la ciudad en el cruce de Colón e Independencia, serán restauradas por Carola Sánchez. Esta obra tiene 34 años de historia; si viviera, si dijera una oración, siquiera, quién sabe cuánta vida pondría en evidencia, cuántas anécdotas serían descubiertas. Este cruce ataviado de smog y ruido ha visto entre sus líneas cruzar la sombra de la muerte; se han cruzado balas y cuánta luz se ha apagado a pleno sol.
Es saludable saber que la historia se restaure, para admirarla, sugerirla, recomendarla, olerla y saborear. Que no se ahogue en la ignorancia, que no se apague en el olvido.
28-11-2018


Pintura de Oswaldo Guayasamín

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