La madre.
- ¡Adentro, rápido! – dice la madre mientras empuja a los hijos a la habitación oscura.
- ¡Silencio. Vienen a buscarnos! – susurra con angustia mientras tranca la puerta.
Afuera el día respira un sol de fuego. Adentro los niños anudan juegos mudos y risas invisibles.
La madre descansa su historia en un banco. El verde la abarca en su aroma.
- Hola! – acaricia el hijo con manos vividas.
- Querido… – responde ella con un beso –
- Me gusta estar acá, me cuidan mucho. ¡Todos son ángeles! - señala uniformes blancos.
- Mamá… - sonríe el hijo con ternura.
- Creeme -ríe ella con los ojos– Ya no tengo miedo, no pueden encontrarnos! Ellos - y otra vez enseña blancuras sanadoras – me salvaron.
Desnuda su brazo, libre de los fatídicos números de sangre. Ninguna cicatriz, ningún vestigio.
La tarde los acuna sin tatuajes.
Una estrella amarilla trepa a los cielos.
Pintura de David Olere
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