Fotografía enviada por Emilio
La llamaban “la Pegaso”
Tenía en aquel tiempo
rondando…, cuarenta años;
de abundantes proporciones
de tetas y culo bajo.
En El Cerro de La Plata,
tenía el negocio montado;
a las ocho en el verano
y a las seis en el invierno,
se despachaba contenta
al militar, y al paisano.
En un colchón muy usado
lleno de manchas y ratas,
daba besos y placer
a gente , no delicada.
Un hijo espera en su casa,
-su madre se lo cuidaba-,
mujer que ya dio su juego
y que el “oficio” enseñaba.
Un día del mes de enero
cuando el mal viento arreciaba,
una nube de “maderos”
al Cerro se aproximaba.
Las “lecheras” con sus luces
y sirenas apagadas,
permitió a los agentes
hacer una gran redada.
La Pegaso, no podía
permitir ser capturada,
y apartando a aquel soldado
que afanando la montaba,
corría como alma en pena
en dirección a su casa.
Una bala corto el viento
en sucia carne clavada,
un grito de horror y miedo
con la Pegaso, acababa.
Yo lo se porque lo dijo
en la taberna un brigada,
que disparando ese tiro
de la mujer…, se mofaba.
y la sopa de fideos se está haciendo,
muy caliente pues la cosa esta que arde
y echa humo, el caldo está cociendo.
Una punta de jamón se ve nadando;
una hoja de laurel, dará buen gusto;
un buen apio y un buen puerro van dejando
los sabores que encierran, es lo justo.
Calabaza, la zanahoria, cebolleta;
un nabito, no muy grande, da alegría
para hacerte gozar en compañía.
Una vez que se hierva lo mentado
y se cuelen esos restos de verduras,
los fideos mostraran sus hermosuras.
5 Octubre 2010
¡Qué sopa, dios del cielo, yo matara
por meter en tal plato la cuchara!
Esos fideos cual hebras de oro...
ese blancor del plato -que ni poro
ni fisura ni china nos demuestra
ante el embate de la hambrienta diestra-,
el color del caldito que promete
alzarnos al cielo del taburete.
Y si hubo quien la primogenitura
por lentejas vendiera, por ventura
no conoció esta sopa sacrosanta
que todo jugo gástrico levanta.
Blanca
La llamaban “la Pegaso”
Tenía en aquel tiempo
rondando…, cuarenta años;
de abundantes proporciones
de tetas y culo bajo.
En El Cerro de La Plata,
tenía el negocio montado;
a las ocho en el verano
y a las seis en el invierno,
se despachaba contenta
al militar, y al paisano.
En un colchón muy usado
lleno de manchas y ratas,
daba besos y placer
a gente , no delicada.
Un hijo espera en su casa,
-su madre se lo cuidaba-,
mujer que ya dio su juego
y que el “oficio” enseñaba.
Un día del mes de enero
cuando el mal viento arreciaba,
una nube de “maderos”
al Cerro se aproximaba.
Las “lecheras” con sus luces
y sirenas apagadas,
permitió a los agentes
hacer una gran redada.
La Pegaso, no podía
permitir ser capturada,
y apartando a aquel soldado
que afanando la montaba,
corría como alma en pena
en dirección a su casa.
Una bala corto el viento
en sucia carne clavada,
un grito de horror y miedo
con la Pegaso, acababa.
Yo lo se porque lo dijo
en la taberna un brigada,
que disparando ese tiro
de la mujer…, se mofaba.
Encadenado de Muestrario. Liliana Varela
Nieve
La
lluvia derritió gozos
congeló
de inviernos el alma
y
cabalgó en penumbras
para
que la siguiera.
Emboscada.
Eso fui.
Presa
de una bola de nieve
hueca...
como
mi pecho/y el tuyo.
Nos
une la letra, la tinta negra
que
circula por las venas
el
pergamino deshecho entre recuerdos
y
una sensación de ternura
/o
quizá piedad.
En
qué truco barato
un
aficionado mago
trastocó
el destino
/sin
que lo supiéramos.
¡Poco
importa el cuándo
ni
el cómo
cuando
el presente asfixia!
Dame
la mano, sostente de mi,
soy
tu bastón
soy
tus ojos
/hoy
iremos al mar.
Lili
Encadenado con Blanca Barojiana.
Mi promesa se cumple en esta tardey la sopa de fideos se está haciendo,
muy caliente pues la cosa esta que arde
y echa humo, el caldo está cociendo.
Una punta de jamón se ve nadando;
una hoja de laurel, dará buen gusto;
un buen apio y un buen puerro van dejando
los sabores que encierran, es lo justo.
Calabaza, la zanahoria, cebolleta;
un nabito, no muy grande, da alegría
para hacerte gozar en compañía.
Una vez que se hierva lo mentado
y se cuelen esos restos de verduras,
los fideos mostraran sus hermosuras.
5 Octubre 2010
¡Qué sopa, dios del cielo, yo matara
por meter en tal plato la cuchara!
Esos fideos cual hebras de oro...
ese blancor del plato -que ni poro
ni fisura ni china nos demuestra
ante el embate de la hambrienta diestra-,
el color del caldito que promete
alzarnos al cielo del taburete.
Y si hubo quien la primogenitura
por lentejas vendiera, por ventura
no conoció esta sopa sacrosanta
que todo jugo gástrico levanta.
Blanca
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