domingo, 29 de julio de 2018

Ana Lucía Montoya Rendón

                                              
                              
                                                  LA ESPALDA DE LA NIEBLA

Hacía muchos días, quizá meses, dibujaba esa espalda, sin embargo, sobre el papel solo aparecía el boceto de su parte frontal. Por más que borraba y reiniciaba, reaparecían los trazos de su fisonomía, especialmente aquella graciosa curva de sus labios que sentía sobre los suyos, que le herían como burla y como daga; con veneración veía en ese boceto la erguida altura de sus senos, y lo enervaba a punto de éxtasis la belleza de su bajo vientre y aquel vértice mágico, origen de sus entrepiernas. La laxitud de sus miembros lo tenía fuera de quicio: por más que le había indicado cuál era la pose, por más que se tomara el tiempo en acomodarla, esas piernas esbeltas permanecían estiradas y las manos cruzadas sobre el pecho, como muerta. Todo era silencio. Tantos meses a solas con ella y no recordaba haber escuchado alguna vez su voz. Pensó, estoy soñando, es el sopor de este verano infame y gelatinoso que cada día se densifica más, que, como vaho, opaca mi visión. De nuevo se restregaba los ojos y volvía a su tarea. Había muchos pliegos de papel arrugados y arrojados al cesto de la basura o regados por el suelo, como si una vez desechados hubiese hecho una bola y se entrenara en el juego de la canasta. En el sofá acaba de despertar la modelo, desnuda y sonriente. Un grito se dejó oír en el edificio de aparta estudios. Cuando el portero vino, encontró sobre el catre al maestro desnudo, su piel estaba de color cenizo, de hielo la temperatura de su cuerpo, tenía la mirada lechosa y perdida, en su boca, dibujada la mueca de un anhelo, su mano derecha sostenía la barrita de carboncillo sin estrenar y, en la izquierda, había un manojo de hilos como de tela de araña. En el caballete, sobre papel periódico, encontraron un precioso dibujo de una espalda de mujer. Hubo muchas conjeturas sobre la identidad de la modelo porque fueron tantas las que por ese estudio desfilaron... mas, de ésta, ni siquiera se pudo identificar el perfil porque tenía la cabeza reclinada sobre uno de sus hombros y la cabellera era nada más que un enredo de niebla. —Raro que el maestro hubiera muerto hacía tantos meses, según decía el informe del forense, si apenas diez minutos antes acababa de entrar al edificio y recoger la correspondencia—, no paraba de repetir el portero casi a punto de llanto.

  Pintura de Fujiko Nakaya

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