lunes, 30 de julio de 2018

Gustavo Tisocco


                                                 

Ella la muerta.

Sube al colectivo,

baja,

aparece,

se esconde,

percibe,

se mutila, trabaja de día, de tarde,

de noche lava, plancha,

se prepara para el otro amanecer.

Pálida sucumbe,

respeta,

no levanta su voz

se peina -nunca se despeina-,

cede su asiento,

reza mucho -cree poco-,

no llora,

no ríe.

Ella la muerta

que no ama,

no siente,

no grita,

la que nunca nadie miró,

la que nunca nadie soñó,

que no tiene niños, gatos

ni jazmines.



Ella es la muerta que camina sin lápida.











En tus espacios inconclusos
acuné mis sombras.
¿Pasa el tiempo o somos nosotros
los que doblegamos sin sentido las agujas del reloj?

Fecundamos sueños, risas y amaneceres,
pero insensiblemente el hijo quedó atrás
perdido en valles de coral y bruma.
No hay mercaderes, ni cartas marcadas.

Océanos impetuosos sin barcos.
Montañas de arena fugitiva.
El film que nunca vimos y
la cuna que quedo sin flores.

Las risas se tornaron vertientes oculares,
después nostalgia, resignación,
para culminar en la sombra
que hoy se anida en tu espacio inconcluso.

Obra de Salvador Dali

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