domingo, 29 de julio de 2018

Manuel Barranco Roda

                                                           

                                                              Bailarina

Y entre los silencios del sonido del viento pasaron otros diez años... Me puse las medias de rejilla y esa faldita que me queda también, para ir de paseo por  Gran Vía. Con la cabeza bien erguida y dando sentido a cada paso que doy, luciendo mis Manolos de tacón de aguja, pronto note que era el centro de las miradas y algunos hombres se detenían a mirar la fantasía infinita de esos tacones vertiginosos, esas ocurrencias que sus mentes piensan en hacer con mi cuerpo. A mí me gusta esa locura de la naturaleza de atraerse entre las miradas furtivas. Pero no era ninguna de esas miradas, la que yo quería encontrar. Buscaba un demonio, un brujo de siete cruces, un experto en el arte de la magia negra y en las fuerzas de la naturaleza. Buscaba su poder, ese hechizo para transformar al Humano.

Con un movimiento de caderas apareció en  un teatro, estaba acostada en el escenario, infeliz, abrazando sus rodillas, esperando que se abriera el telón. Despertó entre leotardos, y ella con su tutú y sus zapatillas de media punta, de atrezzo un caldero y bailarines danzando a la muerte a su alrededor. Se fue despertado lentamente con pasos de baile urbano, mirando a ese punto del horizonte... Queriendo ser feliz. Cambia su rostro al ver el caldero y comienza a danzar con movimientos de ballet clásico, dando pirouettes infinitas y algún que otro cabriole por el escenario. Aplauden, aplauden todo el público enloquecido. Ella recibe los halagos con  algunas sonrisas pérdidas de su infancia, aunque sabe, que su fin es otro. Se descalza las zapatillas de media punta y choca las suelas entre si, del caldero comienza a salir un humo gris que se apodera de todo el teatro. A la gente le empieza a dar como ataques epilépticos y sus cabezas se transforman en cabezas de animales; cerdo, jirafa, perro, cabra, caballo, gato, tigre, gallina, ratón... Así, hasta el último de los seres humanos que estaba en ese teatro, menos yo por ser un pobre demonio escondido entre bambalinas, observando enamorado a mi bruja bailarina,
que por cierto seguía danzando entre los animales.

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