Armando Raúl Santillán
El café y el silencio
El café y el silencio
A
Armando Raúl Santillán, en memoria
Ese
día había venido Pablo
Y
andaba con unos lentes que
Parecían
diseñados por el jean artur
Ponele
Caminamos
por Oroño cargando
Atriles
La
vida era eso
Ni
más ni menos
Y
lo supe desde un primer momento
Cuando
saliendo del monumento
Un
tipo de barba preguntó
Preguntó
Es
así como vienen los hijos
Al
mundo
Con
los ojos vendados y el lenguaje
Adulto
Pero
nos dimos confianza
Y
cada vez
Almorzábamos
en el bar de corrientes
Y
santa fe
Por
dos mangos pero bien
Dije
jean artur
En
ese mar de dudas que carcome
A
cualquier poema
A
cualquier malestar
Que
apenas se ha enunciado
Lo
que me ha quedado en el fondo
Es
el perfume del café
Más
que los cuadros y la poesía
El
perfume del café que
Es
como el silencio
La
poesía aspira al silencio
Y
acaso buena parte del arte todo
Pero
el café no
De
su negra espera
Saben
los amigos
El juego ese
querías ver, te tapabas ambos ojos para ver – René Daumal
Acuérdate del lanzamiento de la bola que partió el campo en dos, la helada de la madrugada
Del agua congelada en el pico de la canilla del patio, dura como el dedo de un ahogado
Acuérdate no para volver allí sino para temblar por su incidencia en el hueso
En la lengua del canto
Acuérdate cuando vino desde el horizonte un viento que traía una mano que tocó tu hombro
El pájaro de tu hombro herido de alas rojas y de espera
El pájaro de tu pensamiento rodeado de espantapájaros, asustado, aterido, ensombrecido. Un golpe en el hombro. En la cornisa del cuerpo
Acuérdate del pavor en aquellas habitaciones y del lustro que subiste empecinadamente nada más que por subir porque el tiempo entonces importaba poco, verde en los ojos de la madre selva y las ramas recién brotadas
Acuérdate del lomo de los libros, menos brillantes que el lomo de los estibadores e igualmente al filo del río profundo, llegados en barcos cargados en sus bodegas con letras de plomo y tinta sin filtrar
Acuérdate del poema que te dejó duro. Jamás volviste a respirar. No pudo el aire conseguir su diafanidad hasta entrada la ausencia en la nada o viceversa
Acuérdate de la espalda y no del rostro
De la perspectiva que dibuja el camino cuando aún se puede ver el brillo de la piedra y los finos cables electrizando el cielo
Acuérdate de la vez que se perdió una niña y en la plaza florecían rosas negras y había ratas sentadas en los bancos en los que hasta entonces se sentaban estudiantes risueños, bulliciosos de ruido bello
Acuérdate querías ver, querías adjudicar a tus ojos el poder de materializar lo imaginado: te quedaste mirando un árbol que se convirtió en la columna vertebral de tus sueños
Los ojos, siempre cerrados, te vieron por dentro. El juego fue ese: ponerle nombre, mover las ramas y que el mundo entero deje caer sus hojas
querías ver, te tapabas ambos ojos para ver – René Daumal
Acuérdate del lanzamiento de la bola que partió el campo en dos, la helada de la madrugada
Del agua congelada en el pico de la canilla del patio, dura como el dedo de un ahogado
Acuérdate no para volver allí sino para temblar por su incidencia en el hueso
En la lengua del canto
Acuérdate cuando vino desde el horizonte un viento que traía una mano que tocó tu hombro
El pájaro de tu hombro herido de alas rojas y de espera
El pájaro de tu pensamiento rodeado de espantapájaros, asustado, aterido, ensombrecido. Un golpe en el hombro. En la cornisa del cuerpo
Acuérdate del pavor en aquellas habitaciones y del lustro que subiste empecinadamente nada más que por subir porque el tiempo entonces importaba poco, verde en los ojos de la madre selva y las ramas recién brotadas
Acuérdate del lomo de los libros, menos brillantes que el lomo de los estibadores e igualmente al filo del río profundo, llegados en barcos cargados en sus bodegas con letras de plomo y tinta sin filtrar
Acuérdate del poema que te dejó duro. Jamás volviste a respirar. No pudo el aire conseguir su diafanidad hasta entrada la ausencia en la nada o viceversa
Acuérdate de la espalda y no del rostro
De la perspectiva que dibuja el camino cuando aún se puede ver el brillo de la piedra y los finos cables electrizando el cielo
Acuérdate de la vez que se perdió una niña y en la plaza florecían rosas negras y había ratas sentadas en los bancos en los que hasta entonces se sentaban estudiantes risueños, bulliciosos de ruido bello
Acuérdate querías ver, querías adjudicar a tus ojos el poder de materializar lo imaginado: te quedaste mirando un árbol que se convirtió en la columna vertebral de tus sueños
Los ojos, siempre cerrados, te vieron por dentro. El juego fue ese: ponerle nombre, mover las ramas y que el mundo entero deje caer sus hojas
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