AGUAS PROFUNDAS
Las regatas son un espectáculo
que nadie debería ignorar,
los programas deportivos las mencionan,
las estrellas de mar se aglomeran,
los atletas van al agua
con un parche de intelectualidad sujeto
a las espaldas definidas y el abdomen
prominente;
los remos
unidos a muchos pares de brazos
inician un sincrónico baile,
atrás, adelante, atrás,
mientras el chapoteo del río
refleja el vuelo rasante
de algunas aves curiosas.
Llegué al limite de esta latitud
en contra de todas las corrientes,
a punta de aluminio y agujas,
mis carnes y mis manos arrugadas
me llevaron muy lejos
y me inscribí en una carrera
empeñada en no ver
los rostros reventándose de risa,
porque lo que me trajo aquí
fue un sueño,
un taller de poesía por correo
electrónico
que fue a parar al Eufrates,
al Sena, al Guaire
donde mueren los poetas virtuales
por fantásticos,
por intrascendentes,
por años perdidos
y estructura imperfecta,
arrastrada por la confusión,
por las algas y las ondas,
porque así fue concebida desde
que me encontró en la marea.
Las regatas son una exhibición de
poder,
un desfile de brazos hermosos, pechos
duros,
miembros erguidos,
puntos cardinales que flotan sin
problemas,
cosa que jamás tuve porque me fui a
pique
mucho antes del diluvio universal,
junto a un saco de versos sin estética,
hojas ni flores
que puedan sobrevivir
en aguas tan profundas.
ELEGÍA
A MÍ MISMA
Demasiada
claridad se asoma
por
la ventana,
demasiado
calor,
cientos
de botones, ojales,
cerrojos
y callejones que jamás fueron
el
legítimo color de la muerte.
Me
aproximo a la historia que no está,
miro
el corredor que lleva al patio,
corre
un cauce de lava
sobre
la cubierta del libro
que
tanto leía,
doblo
una hoja blanca que se quiebra,
suena
el llanto quedo de mis ramas.
Demasiadas
nubes pesan al cielo,
demasiada
piedra.
Muy
poco pudimos llevar como equipaje,
pocos
dientes,
sueños,
insomnios y memorias.
Sobre
mí, una sombra,
sobre
el escritorio de caoba, la pluma fuente,
sobre
la mesa de la sala, unos labios agrietados,
sobre
un barril sin fondo,
mi
vida y la tuya.
La
carne que nos cubre,
esa
que hoy se repliega, destruida,
arrastra
un lastre de versos
que
no me dejan sola,
una
realidad que oprime,
un
aullido en calma, un cero
sin
sentido,
una
vida que se esconde.
Hay
pestes que nos corren por las venas,
hay
silencios que mucho nos dicen,
hay
amores que nada nos quieren.
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