Fotografia Anja Stiegler
la figura
Hubo un hombre que desde muy pequeño notó a su
alrededor una extraña presencia.
Poco a poco consiguió reconocer qué era aquello
que se le aparecía de vez en cuando: la silueta de una mujer, una
sombra bien delineada y bonita, aunque lejana, que parecía
encontrarse en un universo insondable y sombrío donde él no podía
comunicarse con ella ni alcanzarla físicamente. La figura lo seguía
a todas partes: en la escuela, en la calle, en todos los rincones de
su casa, cuando comía, estudiaba y dormía; se pegó tanto a él que
en cierto momento suplantó la propia sombra del niño y se volvió
parte suya, hecho que lo perturbó de un modo tremendo. Él, que la
veía en todas partes, aprendió a convivir con ella, a hablarle, a
pesar de nunca obtener respuesta, incluso la llegó a amar, aunque
era un amor imposible, porque si bien la presencia de la figura
femenina le daba placer y cierta tranquilidad, lo atribulaba, pues
parecía rogarle a gritos separarse de su cuerpo. La forma quería a
alguien en quien vivir, alguien femenino; el amor se deshacía como
un cubo de hielo al sol y el chico, decidido a lograr que renaciera
tan bello sentimiento (pues le agradaba en demasía), buscó a la
mujer en la cual la sombra pudiese calzar a la perfección.
Hizo el intento en todos los lugares que visitó,
en las regiones más exóticas que ubicó en el mapa, en las casas y
cuartos de hotel en que durmió, en prostíbulos, bares, y otros
sitios de fiesta. Estaba muy atento, era todo vista y oídos, incluso
desarrolló con eficacia sus otros sentidos, a fin de encontrar a la
persona ideal entre tanta dama que conocía. Se hizo joven, luego
hombre, maduró como una manzana, hasta brillar y hacerse apetitoso,
pensó que ello era una ventaja, mas luego se dio cuenta de que con
tantas mujeres se le nublaba el paisaje que escondía a la doncella
que podía darle la felicidad. Guardaba con celo el secreto de su
visión, nadie se percató de su peculiaridad, ni su familia, ni
amigos, ni ocasionales enamoradas, sólo él atisbaba a la figura.
Siguió buscando, halló cientos de mujeres, de diversas actitudes,
idiomas y linajes, les probó a todas la silueta; un instante ideal
era cuando ellas estaban desnudas, recostadas en la cama,
sonriéndole, pero la forma no encajaba en ninguna. Intentó
olvidarse de aquella insólita condición, negar a esa entidad
tenebrosa, amar a alguna de sus conquistas y quedarse con ella de por
vida. Deseaba la estabilidad, formar una familia, pero la sombra
gritaba, no de una manera perceptible para los sentidos físicos,
esos chillidos le picaban en el alma, como mordeduras de araña,
haciendo que aquel hombre abandonara sus intenciones y continuase en
busca del cuerpo de aquella forma, a la que había vuelto a amar,
pero que ahora amaba y odiaba a la vez.
Continuó tanteando, sin resultados apreciables.
Una vez se topó con una mujer de cualidades caprichosas y con
alegría comprobó que la silueta empalmaba muy bien en ella. Se
llenó de júbilo, pues al fin se liberaría de esa maldita carga, no
obstante, la mujer se percató de la imagen, la tomó del cuello, se
la quitó de encima y la lanzó al suelo, luego observó con furia la
mirada triste del hombre y se retiró ofendida.
Él siguió por el sendero de la vida, obstinado
en su empresa, sus cabellos se volvieron blancos, su piel se arrugó
y su cuerpo se encogía, haciéndose más delgado. Su fortaleza se
redujo. El tiempo corría con una velocidad indolente.
En un momento dado, él se sentó en la banca de
un parque, estaba cansado y solo, siempre con la sombra a su lado. No
soportó más y se puso a llorar, pensó que nunca podría desligarse
de la figura, la cual lo miraba inexpresiva mientras él se
lamentaba. Una forma insensible, que no entendía el significado de
la tristeza, la cual solo pueden comprender los seres vivientes.
Aquella presencia no era un ser, era el complemento de algo, la parte
de un todo, una entidad visible que en realidad no existía, pero que
era, estaba y lastimaba.
De súbito el hombre vio pasar una muchacha bonita
y juguetona, que cantaba y bailaba, sumida en un hipnótico
divertimento que consistía en escuchar algo agradable a través de
un artefacto pequeño que se enlazaba a ella por medio de un par de
audífonos. La chica se detuvo de repente y miró con curiosidad al
hombre. Sonrió. A veces era ideal probar la silueta en esos
instantes fugaces cuando las miradas se cruzaban y una sonrisa, un
gesto o un sonrojo no pasaban de ello, y las damas seguían su
camino, apartándose para siempre, porque así ocurría a veces, no
se concretaba el romance y cada quien iba por un rumbo distinto. El
hombre supo que esa oportunidad era propicia e hizo lo que consideró
sería su último intento, aunque sin muchas esperanzas.
Maravillado, vio cómo la figura encajaba
perfectamente en esa mujer, bastante joven, cuatro veces menor que
él, con poco más de la edad adulta. Ella, bella y radiante como un
topacio, recibió contenta la silueta, la cual se introdujo en su
interior y se perdió ahí dando un grito final de satisfacción. El
hombre brilló de dicha, pues al fin pudo liberarse de aquella forma.
Era libre para continuar con su vida, y no le importó todo el tiempo
que había transcurrido. Cogió su bastón y su sombrero y caminó
por el sendero del parque, por el sendero de la vida, ya no solo,
estaba junto a aquella mujer tierna y elocuente con la que compartió
su futuro sin ver otra vez una sombra en su camino.
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