AFUERA
Desandando
el hielo de la madrugada, mi desnudez
reposa
contra una pared cristalina que nadie más puede
ver,
o al menos eso me parece: aquí no hay más ojos
que
los míos. Todo acontece del otro lado, y puedo
comprenderlo
muy bien, como un científico que
despanzurra
un insecto, pero me está vedado
participar.
Ni siquiera puedo asegurar que la gente allí
reunida
pueda verme, o que sea real eso, que más allá
de
los muros se insinúa como una mueca de
celebración.
A
través de la transparencia de las paredes que afirman
mi
exilio, descubro cómo todos ríen y se divierten –el
eco
de los brindis transcurre al compás de un piano– y
participan
de una alegría del todo genuina a cualquier
observador
no alerta.
Pero
en un rincón, aislado, hay un hombre destrozando
un
colibrí, y la herida estética despierta los rumores de
la
buena gente que lo circunda en el cubículo terso de
gestos
diáfanos. El sujeto tiembla como las alas de su
víctima;
un ademán rupestre en la pulcra lucidez de
los
muros, espejo deshabitado que no detiene el
trayecto
de la noche.
De
pronto el pájaro revive, Ícaro y Lázaro a un tiempo,
y
afuera, a mi lado y sin posibilidades de reingreso,
aparece
el hombre con un resto de plumas tornasoladas
pegado
al sudor de los dedos.
Me
mira receloso, creo que no comprende su destierro.
No
imagina la intemperie de la fiesta, el revés de las
sonrisas
y el boato. Intenta alzar el vuelo, agita los
brazos
convulsivamente, busca elevarse sobre el
mordisco
pétreo del exterior. Se nota que aún no lo
sabe:
aquí afuera, bajo la morisqueta torrencial de los
astros,
las mariposas jamás trascienden el gusano.
imagen ext de Google
El texto se titula "AFUERA".
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