miércoles, 21 de marzo de 2018

Sarko Medina Hinojosa


NÉMESIS DESATADA



—Para definirse como un ser vivo, hay que cumplir con ciertos requisitos como ser capaz de nutrirse, relacionarse con el medio en el que se vive y reproducirse. Una planta se nutre, se relaciona y se reproduce. Por eso se define como un ser vivo. Una roca no es capaz de realizar ninguna de estas tres funciones. Por ello, no es un ser vivo —explicó la mujer.
—Eso lo logro entender, pero, entonces, ¿cómo dice que se mata a un virus?
—Volvemos a lo mismo, no matas algo que no está “vivo”. Los virus no se nutren, ni se relacionan. Para hacerse copias de ellos mismos necesitan, de forma obligatoria, la intervención de una célula. Por ello, los virus no son seres vivos, ¿Entiendes?
—Sí tranquila, ya, ya entendí —respondió el muchacho, mientras seguía tratando de mirar las piernas de la atractiva científica sentada delante suyo. La misma que lo había citado como uno de los candidatos a un trabajo de asistente en su laboratorio.
—Oiga, si bien quiero trabajar aquí, lo que no entiendo por qué necesita alguien como yo. Tampoco soy tan tonto como para no darme cuenta que este trabajo es especializado con todas sus cosas. Yo ni siquiera supe la diferencia entre una bacteria y un virus cuando preguntó.
—No te preocupes, no necesitas saber mucho. El trabajo será sencillo. Desarrollo curas para virus peligrosos, pero yo los manipulo, tú solamente harás trabajo de redacción en la computadora y algunos encargos que te daré, muy específicos y sencillos.
—¿Cómo me dirijo a usted?
—Doctora, si bien nunca me casé estudié mucho. Bueno, quedaba en el aire una pregunta tuya: ¿cómo matar a los virus? Pues, verás, la estructura de un virus es muy simple. Constan de una molécula que contiene información genética, una cápsula de proteínas en cuyo interior se encuentra la información. Algunos, además, tienen una envoltura por encima de la cápsula. Para destruirlos y acabar con ellos no se puede utilizar antibióticos, ya que son fármacos que matan bacterias. Sólo nuestro sistema inmune puede luchar contra ellos. Nos vacunamos para alertar a nuestro sistema inmunológico sobre la existencia de virus y prevenir un posible contagio.
La bella mujer hizo un espacio en su disertación para tomar algo de agua, dramáticamente se sentó cerca de la ventana, justo en un buen lugar para que la tenue luz bloqueada por las cortinas pudiera barrerla con un halo naranja.
—Son tan maravillosos, a pesar si su peligrosidad. Fascinantes. Y si alguien consiguiera replicar su funcionamiento perfecto sería el mayor de los logros biotecnológicos del milenio. No es que sea tan lejano el hacerlos, es más, podría hacerse, mediante la creación de un nanoboot que tuviera la información dentro suyo como el material genético y todo envuelto en la consabida proteína y el recubrimiento molecular. Se le dotaría de la capacidad de usar el material de las células huésped para recrear réplicas de sí mismo. El problema sería el equipo de nanoconstrucción para trabajar a niveles sub moleculares ese tipo de micromáquinas. Pero no nos adelantemos, usemos el método científico, primero ¿Para qué crear un virus artificial? Sería como tener un poder divino, único. Podría usarse para combatir a otros virus y acabar con las enfermedades más mortíferas o para ganar guerras de manera eficiente y focalizada, claro, implicaría muchas otras facetas como evitar que la programación de los mismos sea hackeada o que desarrollen por sí mismos conciencia de existencia, pero sin lugar a dudas qué éxito sería para el que lograra eso o para la que lo lograra…
El muchacho había perdió minutos antes el interés en las piernas de la científica, el discurso lo había aburrido. Pensó en retirarse pero la cantidad de dinero prometida hizo que aguantara la palabrería. 
—Bien, no más charla.
—Alelu…
—¿Dijiste algo?
—Nada doctora, solo que ¿empiezo hoy?
—Sí, así es, pero estarás cansado y de sed, cuando hablo puedo apasionarme en el tema por mucho rato, en el refrigerador del fondo hay cocas para los asistentes, toma una cuando quieras.
El muchacho se paró y marchó directamente hacia el refrigerador.
—En la mesa del fondo hay un paquete que debes entregar ahora, la dirección es cerca.
El muchacho recogió el paquete y se marchó atravesando el laboratorio. La científica lo miraba de reojo, observando su bien formado cuerpo. Volvió la mirada hacia la ventana y el pequeño espacio que le dejaba las cortinas para mirar hacia las calles.
Cuando observó al muchacho tomar la ruta correcta, bajó la mano derecha para acariciarse un muslo, sabiendo lo firme que estaba.
—Es fácil, una vez integrado el nanoprocesador dentro de cada virus, el poder modificar a voluntad algunos aspectos orgánicos, como el destruir células cancerígenas específicas hasta la grasa en algunas partes… modificar e incitar a las células a reproducirse en algunos casos, aumentando partes del cuerpo, formándolo… —continuaba diciendo en voz alta la mujer, aun sabiendo que nadie la escuchaba, mientras lentamente recorría su cuerpo con su mano diestra.
—Claro que esta biotecnología no cambiaría la personalidad y hasta en personas muy inteligentes el ser objeto de deseo del sexo opuesto no significaría más que distracción física, pero no aseguraría el encontrar el anhelado amor —hizo una pausa en su monólogo y continuó.
—En especial cuando algunos individuos, notando el cambio operado en esa mujer, solo la instrumentalizarían, la usarían, la pervertirían, alejándola de su principal objetivo cual es buscar la felicidad en una relación estable, sincera, verdadera, como siempre le dijeron que sería si fuera más bella, atractiva. Pero eso tampoco sería problema, el uso de los virus modificados también podrían desencadenar alguna manifestación directa en el organismo como afectando el sistema inmunológico de manera drástica, de tal manera que un virus tan sencillo como el de la influenza, pudiera en cuestión de horas acabar con el sujeto, causante del dolor de sentirse engañada y usada.
—Claro, eso sucedería si las implicancias morales de la científica estuvieran en desacuerdo con sus valores intrínsecos, su manera de pensar. Porque, para empezar, una buena científica, aun sabiendo la potencialidad de sus creaciones para modificar favorablemente la estética, usaría ese poder para un bien mayor, curar el cáncer, el SIDA, inclusive, porque los mismos virus podrían, programándolos correctamente, ser agentes destructores de otros virus. Este descubrimiento la ayudaría a mejorar todo a su alrededor, desde las producciones agrícolas hasta la limpieza de los océanos, lo cual salvaría a la raza humana y cerraría poéticamente la puerta de la destrucción y abriría aquella que los conduciría hacia la nueva evolución. Las posibilidades de hacer el bien serían absolutas —abrió una botella de gaseosa del refrigerador y tomó un largo trago.
—Pero ¿qué si decide hacer otra cosa?, si decidiera mejorar su aspecto como lo planteó en un inicio, probar en sí misma las ventajas cosméticas de sus propias creaciones. Si comprobara que son efectivas ¿Qué si intenta vivir aquello que le estuvo negado por años?, la experiencia de vivir eso que para otras fue tan sencillo, sin negarse a una vida universitaria alocada por intentar ser la mejor de su promoción y llegar a ser una de las científicas independientes de mayor prestigio. ¿Sería egoísta de su parte? No lo creo, lo peligroso sería que en vez de encontrarse con alguien que comprendiera esas ganas de amar que contuvo durante tanto tiempo, se aprovechara de ella, la usara solamente por su bello cuerpo y ella, al exigir algo más que fríos encuentros sexuales y no un intercambio de sentimientos, fuera dejada sin mayor explicación, sumiéndola en dudas sobre si siempre ella es la causante del repudio varonil o, simplemente, por más que lo intente, nunca logrará esa felicidad que cualquier asistente de freidora de hamburguesería logra —mientras dice eso en voz alta, lanza contra una pared la botella de gaseosa.
Se sienta en un taburete y se mesa los cabellos. Pequeños charcos de lágrimas se forman en la mesa de trabajo.
—Finalmente, ¿qué podría hacer después de eso la científica? Pues, lo natural en una mujer. Lo he investigado, es factible en muchos casos que los desengaños amorosos creen situaciones patológicas, llevándolas a cuadros depresivos y tendencias suicidas y… hasta asesinas. Para una pensadora como ella sería fácil, en el calor de los sentimientos y aún nublada con su dolor, forjaría un plan infalible que la lleve a impregnar las ropas y enseres de aquel mal hombre con los virus artificiales, meterlos en un paquete y decirle que le envía sus últimas pertenecías con un ayudante. La pregunta sería ¿cómo lograría solo afectar a un individuo con los virus? Eso sería algo complicado en principio, pero al final factible: se valdría del código del ADN de la persona a atacar como identificador genético, así los virus afectarían a quién en su programación tendrían como digamos “víctima” y no a cualquier otro ser vivo —al terminar de decir esto se levantó, fue al baño del laboratorio y se alisó los cabellos, se enjuagó la cara y se volvió a maquillar.
—Se esperaría que así se cumpliera con la venganza planeada y ahora la bella científica solo le restaría activar a distancia a los virus y luego sentirse finalmente liberada —dijo mientras tecleaba algunos datos en su laptop. Una ventana de seguridad apareció con la frase “Segura de ejecutar programa Némesis”, y se quedó allí, esperando que marque sí o no.

—Lo único que no se esperaría es que la científica, cansada de esta existencia, de estas reglas de la sociedad de relacionamiento entre las personas que solo traen dolor, no implantara ese seguro, ese resguardo, que los virus esparcidos de esa manera no tuvieran ese control específico y se activaran, reprodujeran y eliminarán masivamente a cualquier ser humano, teniendo una tasa de propagación tal que en pocos días acabara con toda la humanidad. Eso, eso sería fatal, ¿no? —dijo por último la bella mujer mientras se sentaba de nuevo en el taburete y se tomaba otra coca mientras jugueteaba con el botón “Enter”. 

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