—Para
definirse como un ser vivo, hay que cumplir con ciertos requisitos como ser
capaz de nutrirse, relacionarse con el medio en el que se vive y reproducirse.
Una planta se nutre, se relaciona y se reproduce. Por eso se define como un ser
vivo. Una roca no es capaz de realizar ninguna de estas tres funciones. Por
ello, no es un ser vivo —explicó la mujer.
—Eso lo logro entender, pero, entonces, ¿cómo
dice que se mata a un virus?
—Volvemos a lo mismo, no matas algo que no está
“vivo”. Los virus no se nutren, ni se relacionan. Para hacerse copias de ellos
mismos necesitan, de forma obligatoria, la intervención de una célula. Por
ello, los virus no son seres vivos, ¿Entiendes?
—Sí tranquila, ya, ya entendí —respondió el
muchacho, mientras seguía tratando de mirar las piernas de la atractiva
científica sentada delante suyo. La misma que lo había citado como uno de los
candidatos a un trabajo de asistente en su laboratorio.
—Oiga, si bien quiero trabajar aquí, lo que no
entiendo por qué necesita alguien como yo. Tampoco soy tan tonto como para no
darme cuenta que este trabajo es especializado con todas sus cosas. Yo ni
siquiera supe la diferencia entre una bacteria y un virus cuando preguntó.
—No te preocupes, no necesitas saber mucho. El
trabajo será sencillo. Desarrollo curas para virus peligrosos, pero yo los
manipulo, tú solamente harás trabajo de redacción en la computadora y algunos
encargos que te daré, muy específicos y sencillos.
—¿Cómo me dirijo a usted?
—Doctora, si bien nunca me casé estudié mucho.
Bueno, quedaba en el aire una pregunta tuya: ¿cómo matar a los virus? Pues,
verás, la estructura de un virus es muy simple. Constan de una molécula que
contiene información genética, una cápsula de proteínas en cuyo interior se
encuentra la información. Algunos, además, tienen una envoltura por encima de
la cápsula. Para destruirlos y acabar con ellos no se puede utilizar
antibióticos, ya que son fármacos que matan bacterias. Sólo nuestro sistema
inmune puede luchar contra ellos. Nos vacunamos para alertar a nuestro sistema
inmunológico sobre la existencia de virus y prevenir un posible contagio.
La bella mujer hizo un espacio en su
disertación para tomar algo de agua, dramáticamente se sentó cerca de la
ventana, justo en un buen lugar para que la tenue luz bloqueada por las
cortinas pudiera barrerla con un halo naranja.
—Son tan maravillosos, a pesar si su
peligrosidad. Fascinantes. Y si alguien consiguiera replicar su funcionamiento
perfecto sería el mayor de los logros biotecnológicos del milenio. No es que
sea tan lejano el hacerlos, es más, podría hacerse, mediante la creación de un
nanoboot que tuviera la información dentro suyo como el material genético y
todo envuelto en la consabida proteína y el recubrimiento molecular. Se le
dotaría de la capacidad de usar el material de las células huésped para recrear
réplicas de sí mismo. El problema sería el equipo de nanoconstrucción para
trabajar a niveles sub moleculares ese tipo de micromáquinas. Pero no nos
adelantemos, usemos el método científico, primero ¿Para qué crear un virus
artificial? Sería como tener un poder divino, único. Podría usarse para
combatir a otros virus y acabar con las enfermedades más mortíferas o para
ganar guerras de manera eficiente y focalizada, claro, implicaría muchas otras
facetas como evitar que la programación de los mismos sea hackeada o que
desarrollen por sí mismos conciencia de existencia, pero sin lugar a dudas qué
éxito sería para el que lograra eso o para la que lo lograra…
El muchacho había perdió minutos antes el
interés en las piernas de la científica, el discurso lo había aburrido. Pensó
en retirarse pero la cantidad de dinero prometida hizo que aguantara la
palabrería.
—Bien, no más charla.
—Alelu…
—¿Dijiste algo?
—Nada doctora, solo que ¿empiezo hoy?
—Sí, así es, pero estarás cansado y de sed,
cuando hablo puedo apasionarme en el tema por mucho rato, en el refrigerador
del fondo hay cocas para los asistentes, toma una cuando quieras.
El muchacho se paró y marchó directamente hacia
el refrigerador.
—En la mesa del fondo hay un paquete que debes
entregar ahora, la dirección es cerca.
El muchacho recogió el paquete y se marchó
atravesando el laboratorio. La científica lo miraba de reojo, observando su
bien formado cuerpo. Volvió la mirada hacia la ventana y el pequeño espacio que
le dejaba las cortinas para mirar hacia las calles.
Cuando observó al muchacho tomar la ruta
correcta, bajó la mano derecha para acariciarse un muslo, sabiendo lo firme que
estaba.
—Es fácil, una vez integrado el nanoprocesador dentro
de cada virus, el poder modificar a voluntad algunos aspectos orgánicos, como
el destruir células cancerígenas específicas hasta la grasa en algunas partes…
modificar e incitar a las células a reproducirse en algunos casos, aumentando
partes del cuerpo, formándolo… —continuaba diciendo en voz alta la mujer, aun
sabiendo que nadie la escuchaba, mientras lentamente recorría su cuerpo con su
mano diestra.
—Claro que esta biotecnología no cambiaría la
personalidad y hasta en personas muy inteligentes el ser objeto de deseo del
sexo opuesto no significaría más que distracción física, pero no aseguraría el
encontrar el anhelado amor —hizo una pausa en su monólogo y continuó.
—En especial cuando algunos individuos, notando
el cambio operado en esa mujer, solo la instrumentalizarían, la usarían, la
pervertirían, alejándola de su principal objetivo cual es buscar la felicidad
en una relación estable, sincera, verdadera, como siempre le dijeron que sería
si fuera más bella, atractiva. Pero eso tampoco sería problema, el uso de los
virus modificados también podrían desencadenar alguna manifestación directa en
el organismo como afectando el sistema inmunológico de manera drástica, de tal
manera que un virus tan sencillo como el de la influenza, pudiera en cuestión de
horas acabar con el sujeto, causante del dolor de sentirse engañada y usada.
—Claro, eso sucedería si las implicancias
morales de la científica estuvieran en desacuerdo con sus valores intrínsecos,
su manera de pensar. Porque, para empezar, una buena científica, aun sabiendo
la potencialidad de sus creaciones para modificar favorablemente la estética,
usaría ese poder para un bien mayor, curar el cáncer, el SIDA, inclusive,
porque los mismos virus podrían, programándolos correctamente, ser agentes destructores
de otros virus. Este descubrimiento la ayudaría a mejorar todo a su alrededor,
desde las producciones agrícolas hasta la limpieza de los océanos, lo cual
salvaría a la raza humana y cerraría poéticamente la puerta de la destrucción y
abriría aquella que los conduciría hacia la nueva evolución. Las posibilidades
de hacer el bien serían absolutas —abrió una botella de gaseosa del
refrigerador y tomó un largo trago.
—Pero ¿qué si decide hacer otra cosa?, si
decidiera mejorar su aspecto como lo planteó en un inicio, probar en sí misma
las ventajas cosméticas de sus propias creaciones. Si comprobara que son
efectivas ¿Qué si intenta vivir aquello que le estuvo negado por años?, la
experiencia de vivir eso que para otras fue tan sencillo, sin negarse a una
vida universitaria alocada por intentar ser la mejor de su promoción y llegar a
ser una de las científicas independientes de mayor prestigio. ¿Sería egoísta de
su parte? No lo creo, lo peligroso sería que en vez de encontrarse con alguien
que comprendiera esas ganas de amar que contuvo durante tanto tiempo, se
aprovechara de ella, la usara solamente por su bello cuerpo y ella, al exigir
algo más que fríos encuentros sexuales y no un intercambio de sentimientos,
fuera dejada sin mayor explicación, sumiéndola en dudas sobre si siempre ella
es la causante del repudio varonil o, simplemente, por más que lo intente,
nunca logrará esa felicidad que cualquier asistente de freidora de
hamburguesería logra —mientras dice eso en voz alta, lanza contra una pared la botella
de gaseosa.
Se sienta en un taburete y se mesa los
cabellos. Pequeños charcos de lágrimas se forman en la mesa de trabajo.
—Finalmente, ¿qué podría hacer después de eso
la científica? Pues, lo natural en una mujer. Lo he investigado, es factible en
muchos casos que los desengaños amorosos creen situaciones patológicas,
llevándolas a cuadros depresivos y tendencias suicidas y… hasta asesinas. Para
una pensadora como ella sería fácil, en el calor de los sentimientos y aún
nublada con su dolor, forjaría un plan infalible que la lleve a impregnar las
ropas y enseres de aquel mal hombre con los virus artificiales, meterlos en un
paquete y decirle que le envía sus últimas pertenecías con un ayudante. La
pregunta sería ¿cómo lograría solo afectar a un individuo con los virus? Eso
sería algo complicado en principio, pero al final factible: se valdría del
código del ADN de la persona a atacar como identificador genético, así los
virus afectarían a quién en su programación tendrían como digamos “víctima” y
no a cualquier otro ser vivo —al terminar de decir esto se levantó, fue al baño
del laboratorio y se alisó los cabellos, se enjuagó la cara y se volvió a
maquillar.
—Se esperaría que así se cumpliera con la
venganza planeada y ahora la bella científica solo le restaría activar a
distancia a los virus y luego sentirse finalmente liberada —dijo mientras
tecleaba algunos datos en su laptop. Una ventana de seguridad apareció con la
frase “Segura de ejecutar programa Némesis”, y se quedó allí, esperando que
marque sí o no.
—Lo único que no se esperaría es que la
científica, cansada de esta existencia, de estas reglas de la sociedad de
relacionamiento entre las personas que solo traen dolor, no implantara ese
seguro, ese resguardo, que los virus esparcidos de esa manera no tuvieran ese
control específico y se activaran, reprodujeran y eliminarán masivamente a
cualquier ser humano, teniendo una tasa de propagación tal que en pocos días
acabara con toda la humanidad. Eso, eso sería fatal, ¿no? —dijo por último la
bella mujer mientras se sentaba de nuevo en el taburete y se tomaba otra coca
mientras jugueteaba con el botón “Enter”.
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