EL PADRE BRUNO
El padre Bruno era un joven sacerdote que acababa de recibir sus hábitos.
Había sido destinado a un pequeño pueblo de la montaña. Era un sitio tranquilo,
con personas muy creyentes. Su párroco, El Padre Adán, era ya un hombre
longevo. El Padre Bruno iría a sustituirlo de su cargo.
El Padre Bruno se encontraba ya en el pueblo. Aunque era un hombre joven
seguía vistiendo como los sacerdotes de antaño, con las típicas sotanas largas
y de color negro. Se dirigió hacia la iglesia donde el viejo Padre Adán le
explicaría todo sobre sus feligreses y sus funciones como PÁRROCO. Le mostró su
habitación, un pequeño cuarto dentro de la misma iglesia. Ahí tenía todo lo
necesario para su día a día. También le presentó a María, la mujer encargada de
la limpieza de la iglesia y la que preparaba la comida y ropa para el párroco
A la mañana siguiente el Padre Bruno dio su primera Misa en el pueblo. Al término de la misma, se acercaron muchas personas a darle la bienvenida. Parecía que el Padre había caído bien entre las personas del pueblo. Después de agradecer las felicitaciones a sus nuevos vecinos se retiró a su habitación. Allí el Padre Bruno cogió el crucifijo que había en el cabecero de la cama y lo guardó en un cajón. Sacó de su maleta una especie de rosario y lo colgó en el lugar del crucifijo. Algo raro porque aquel rosario no llevaba ningún símbolo religioso. Aquel rosario solo llevaba bolas de níquel unidas por un fino cordón de oro.
A la mañana siguiente el Padre Bruno dio su primera Misa en el pueblo. Al término de la misma, se acercaron muchas personas a darle la bienvenida. Parecía que el Padre había caído bien entre las personas del pueblo. Después de agradecer las felicitaciones a sus nuevos vecinos se retiró a su habitación. Allí el Padre Bruno cogió el crucifijo que había en el cabecero de la cama y lo guardó en un cajón. Sacó de su maleta una especie de rosario y lo colgó en el lugar del crucifijo. Algo raro porque aquel rosario no llevaba ningún símbolo religioso. Aquel rosario solo llevaba bolas de níquel unidas por un fino cordón de oro.
Era por la tarde y al Padre le tocaba dar la confesión a los feligreses.
Allí esperándolo había una joven… Comenzó a confesarla; la joven finalizó su
confesión. Al término el Padre pronunció las palabras de la absolución.
- “Yo te absuelvo en el nombre del PADRE, del HIJO, del ESPÍRITÚ SANTO”
La muchacha preguntó que si no le iba a poner penitencia… El Padre le
respondió que no, que Dios sabría como perdonarla sin necesidad de rezar. La
joven extrañada se marchó a su casa. Ya cayendo la noche la joven se dispuso a
descansar. En ese momento sintió como si alguien la siguieran y la miraran. Era
imposible, pues se encontraba sola. Entró en su habitación y allí sentado en la
cama se encontró al Padre Bruno con su rosario en la mano. La joven se asustó
mucho.
- “¿Qué hace aquí Padre? ¿Cómo ha entrado a mi casa?”
- “No temas hija mía, vengo a sanar tus pecados”
- “No temas hija mía, vengo a sanar tus pecados”
El Padre Bruno se abalanzó sobre la joven, cogió su rosario y lo pasó sobre
su cuello. Apretaba fuertemente… Parecía que los ojos de la muchacha iban a
estallar. Ella se movía dando pataletas. Intentaba escapar del Padre, pero fue
imposible. Mientras él la asfixiaba exclamaba.
- “Tus pecados han sido perdonados”
La joven expiró.
Mientras en el cuarto del Padre, María hacia sus tareas de limpieza y
mirando al cabecero de la cama vio que no se encontraba el crucifijo. Le
pareció extraño. Se dispuso a buscarlo, pero no tuvo suerte. Abrió el armario
para prepararle la ropa y al abrirlo, de repente el cuerpo del padre Adán cayó
encima de ella. María chillaba desesperada, pero el padre estaba muerto. Tenía
el crucifijo clavado en el corazón y alrededor del cuello se vislumbraba una
quemadura. En su pecho ensangrentado se podía leer.
- “Tus pecados fueron perdonados”
María llena de pánico salió corriendo hacia un teléfono para poder avisar a
la policía. Cuando finalizó la llamada, justo detrás de ella se encontraba el
Padre Bruno.
- “¿Qué haces María?”
- “Padre, ha pasado algo horrible”
- “Lo sé María”
- “Padre, ha pasado algo horrible”
- “Lo sé María”
Ella echando la vista a las manos del Padre, vio que llevaba el rosario en
una de las manos. La otra mano la tenía llena de sangre. El rostro del padre
era de odio hacia ella.
- “Padre, ¿Qué le pasa?
- “Nada María, solo estoy aquí para perdonaros los pecados”
- “Nada María, solo estoy aquí para perdonaros los pecados”
María se asustó y huyó. El Padre yendo tras de ella pudo agarrarla por el
pelo, tirándola al suelo. Abrazó su cuello con el rosario. Mientras apretaba
fuertemente proclamaba las mismas palabras de la confesión.
- “Tus pecados fueron perdonados”
María se estaba quedando sin aire… De repente escuchó un fuerte golpe en la
puerta. Era la policía. La puerta cayó al suelo y la policía apuntaba con sus
armas al Padre.
- “Suelta a la chica”
El padre reía y a su vez apretaba fuertemente el rosario. Uno de los
policías disparó contra él. Cayendo al suelo soltó a María, casi sin vida. El
Padre Bruno se giró hacia el policía que le disparó y soltando un gruñido heló
los huesos de todos los allí presentes. Sus ojos se volvieron completamente
negros. Su rostro había cambiado. Todos los policías comenzaron a disparar. El
seguía riendo.
- “Volveré a perdonar vuestros pecados”
En ese momento se desvaneció delante de ellos dejando un fuerte olor a
azufre.
En las semanas siguientes, volvieron a suceder muertes parecidas. Nunca más vieron al Padre Bruno.
En las semanas siguientes, volvieron a suceder muertes parecidas. Nunca más vieron al Padre Bruno.
¿Quién era realmente el padre Bruno? Lo peor, es que sigue entre nosotros.
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