PRIMER DÍA
DE TRABAJO
Amor,
tengo que contarte sobre mi primer día de trabajo. Bueno, en realidad, es el
tercer día, sin embargo, éste es el primer día laborable de la semana, porque
es lunes, que es el segundo día de la semana, aunque en verdad, la mayoría de
las personas creen que lunes, es el primer día. Vale decirlo, se equivocan.
Sabemos bien, quienes creemos en Dios, que claramente, y en repetidos
versículos, dice en la Biblia que: Jehová (es decir, Dios) descansó el
séptimo día, el cual fue llamado el día de reposo, y en todos los
párrafos de las Sagradas Escrituras donde aparece esta palabra, dice “aquí
equivale a sábado”. Siguiendo esta lógica, podemos ver que en realidad el
domingo es el primer día y el lunes es el segundo día de la semana. Bueno,
al grano: te decía que en mi primer día laborable de trabajo (el tercero),
todo hacía sospechar que llegaría demasiado tarde, dormí más de la cuenta,
entonces, apuradísimo me levanté, me duché sin reparar en las consecuencias que
generaría el agua fría sobre mi piel caliente, y me atreví a conectar con el
cuerpo mojado, la radio; para escuchar algo de música, el microondas; donde
metí lo que encontré guardado en mi refrigeradora para desayunar, además de
poner a cargar el celular que se había quedado encendido con música de Calamaro,
mientras dormía. He hecho las cosas a la volada, Julieta estuvo a punto de
quedarse sin comida, pues la ociosa durmió más que yo, cuando estuve ya en la
puerta me maulló, generando mi reacción para servirle sus galletitas y un poco
de leche tibia, que calenté apenas unos veinte segundos los cuales se me
hicieron interminables, y que finalmente me sirvieron para poder colocar papel
higiénico en mi bolsillo trasero (manías
mías, sabes bien). Salí raudo de La Madriguera hacia el paradero. Cogí una mototaxi,
faltó poco para perderla, me trepé como pude y fui con dirección al tren
eléctrico, el cual, para mi buena suerte, llegaba al instante en que yo
descendí del vehículo. Recuerdo bien haber subido las gradas de la estación de
Villa el Salvador de tres en tres o ¿de cuatro en cuatro? Lo cierto es que como
había llovido durante toda la noche, esas gradas eran una desgracia y pisé en
más de una ocasión algún charco, no solo al subir, sino al ingresar a la
estación porque por dentro el lugar era una piscina con gente tratando de no
mojarse demasiado. Para mi buena suerte, yo si tenía saldo en mi tarjeta. Subí
sacudiendo mis pies como lo hace Julieta cuando en La Madriguera se nos filtra un poco de lluvia en alguna parte de la
casa y ella sin querer pisa el pequeño charco que se forma a causa de la garúa
constante que cae en mi distrito y sobre todo en mi zona, debido a la cercanía
al Puyusca, conocido por los reportajes de invierno, donde la gente respira
100% de humedad, y que es conocido como Ticlio chico. Debo admitir que
el viaje se me hacía interminable y hasta llegué a creer que el tiempo iba más
rápido que de costumbre y el tren más lento que un caracol, sin embargo,
llegamos en el tiempo estimado usual hasta la estación Grau. Lo peor vino
después, no venía el microbús que me llevaría hasta el Parque de las Leyendas,
es más, no había vehículos en el paradero, y éramos como cincuenta personas (exagero
como siempre) esperando que vinieran, y treparnos al vuelo para apurar el
paso y llegar a nuestros centros de labores lo más pronto posible. Finalmente,
apareció una gran cantidad de vehículos y empecé a sentir la tensión que siente
en el ambiente, cuando se nota que todos quieren subir primero y, de ser
posible, alcanzar algún asiento. Sucedió tal cual te lo estaba diciendo, todos
los del paradero treparon a sus vehículos atropelladamente, me parece haber
visto a una mujer ser empujada por un hombre bigotudo y a otra jovencita
tropezar con alguien más al punto de casi caerse y tener que sujetarse del tipo
gordo que estaba delante de ella. Sin embargo, no era mi momento, porque
vinieron las rutas y vehículos de todos los colores, pero del mío ni el
recuerdo. Tuvieron que pasar todavía diez minutos más para que aparezca el
bendito microbús que me lleva a mi destino laboral. Subí como pude, recuerdo
que empujé al cobrador de la cólera, debido al retraso y hasta le miré con mala
cara cuando se atrevió a pedirme el pasaje (ya se, amor, que es su trabajo,
pero estaba de ánimos terribles). Dormité todo el camino hasta llegar al
Parque de las Leyendas, no recuerdo mucho, pero, para vergüenza mía, casi hasta
ronqué mientras estaba sentado, porque sí encontré asiento disponible, además
fui el único en subir. Conseguí abrigarme, pues en el tren viajamos con las
ventanas abiertas y tiritaba de frío, además en el paradero no se estaba uno
tan caliente con este invierno y con la llovizna que cae en Lima, uno puede
hasta coger alguna enfermedad respiratoria. Pero yo tenía la chalina guinda con
gris que me obsequiaste el mes pasado. El frío me entraba al cuerpo por las
piernas, el jean no abriga mucho, sin embargo, debo usarlo, porque es el
uniforme del trabajo. Por fin llegué al Parque, pero fue terrible, bajando del
microbús, volví a pisar un charco de agua y me mojé, en esta ocasión, mi pie
derecho y sentí más frío. No quise mirar la hora en el celular, preferí correr
hacia la caseta donde firmo mi asistencia y hora de entrada. En mi espalda, la
mochila revoloteaba el táper de comida, mientras me esmeraba en ser veloz.
Llegué y ¡sorpresa, sorpresa! fui el primero en arribar y en realidad no era
tan tarde, mi ingreso es a las 8:30 a.m. y había llegado 8:12 a.m. Tanto
dilema, tanto enojarme, apresurarme y morir de frío por el apuro para llegar
primero y tener que esperar a que el jefe venga para abrir la puerta. Del resto
del día, comento que fue tranquilo, sin novedad. La verdad, amor, todo esto te
contaría, claro, si estuvieras viva.
Que, interesante descripción de tu viaje.
ResponderEliminargracias por leer mi texto :)
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