I
un día ya residías instalado
desposeído de prejuicios y a tu antojo imprimiendo extraños nuevos deseos
germinados desde los recónditos lugares de mi mente
hasta alojarse en la inaugural impudicia de mi cuerpo
allanaste desde entonces lo oculto mío
profanando la recóndita singularidad
de lo que creí des-entrañable
ahora en vos atravesada
me albergo sedentaria
y poseída
del mismo modo
de todo desprejuicio
mientras te deslizas hacia mí en cualquier sitio en todo momento
y yo
anidada con el desaliento que provoca el imaginario
inasible territorio público de tu cuerpo y de tu alma
que jamás he poseído
incauta de mí que lo desconoces
pero un día me buscas y te encuentro
II
saludaron
trompetas silenciosas
de madera atrapadas sin sonido
tañeron
y ella te quiso tanto
las luces opacas optaron por correr
hacia otra corriente más iluminada
III
podría haber callado pero no
se empeñó en irrumpir del mismo modo que ayer lo hizo estúpidamente
justo en el exiguo momento de silencio que conocía a la perfección
era “su momento”
no son los hombres quienes más atacan caviló luego
somos nosotras las bestias que arremeten contra todo y todos
bárbaras y geniales aunque débiles a la luz de sus ojos
¡sí, vos que pensás que me deshago en mil pedazos cuando en realidad
vos y sólo vos desde siempre sos y parecés un manojo de mendrugo humano!
¡mirame! ¡mirame por esta vez y decime que me caigo!
se sosegó
¿estás ahí? ¡escuchá! es nuestra naturaleza
no podemos vegetar en dualidad
hasta convertirnos en un equivalente de vetustos y apestosos cuerpos
el segundo siguiente el espejo oval le devolvió la cínica sonrisa de su rostro irradiada en un sosiego frugal
Gracias, Gladys Cepeda!
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