martes, 23 de octubre de 2018

Miguel Ángel Cáceres García

 LA PUÑETERA RUTINA


                                       Le miré a la cara y tenía los ojos tristes, húmedos, casi acuosos. Inquirí por lo que le ocurría. Él me respondió-" que estaba muy aburrido y muy solo. Ya ni las comunicaciones que mantenía en las redes sociales le satisfacían"-.
      Hacia tiempo que a mi marido le había encontrado bastante raro. Se había convertido en una persona tosca, introvertida, de modales rudos, taciturna. Ya no conversábamos sobre los problemas o alegrías más cotidianas que afectaban a nuestras hijas o nietos.
        Llevábamos cuarenta y cinco años casados y, a pesar de que nos queríamos mucho, el amor mutuo que sentíamos cuando empezamos a compartir nuestras respectivas vidas ya había desaparecido, pero existía el cariño, la admiración del uno por el otro, el apoyo, el ánimo que nos dábamos en nuestros quehaceres personales. Pero ahora, ahora todo eso ha ido languideciendo, envejeciendo, casi desmoronándose sin darnos cuenta. ¿Será que todo lo que construimos juntos se va también muriendo con el devenir de nuestras vidas? No lo sé. Lo cierto es que el alma de mi esposo estaba llorando porque no podía reinventarse nada para seguirme queriendo.


                                                                          Artista Henri Matisse



                                           

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