LA PALABRA
A los treinta mil
—El dijo la palabra y el coronel no lo pudo soportar. Tal vez no hubiera pasado nada, y ese ojo que ahora es un colgajo sanguinolento estaría mirando todavía. Tal vez, digo yo. Uno nunca sabe. De todas maneras lo que pasó fue que él dijo la palabra. Nosotros sabíamos que en algo andaba. Gustavo Díaz Cambronne, fichado “El Mudo”. Le habíamos seguido los pasos y uno de los que chamuscamos con la picana nos dio detalles. Lo de la libretita. Nosotros sabíamos que Cambronne tenía una libretita con el nombre de todos. Por lo menos de los cabezas. Primero lo jodimos porque en vez de entrar en la casa de prepo esperamos a que abrieran la puerta. No llamamos. Abrieron la puerta por cualquier motivo, para salir. Nosotros sabíamos que él estaba adentro, y cuando abrieron la puerta dimos el salto y lo agarramos por atrás y le trabamos los brazos y yo le calcé la boca como un relámpago, le puse en la boca el fierro con punta de manera que si mordía se clavaba. Y quiso morder, eh. Pero no aguantó. Y efectivamente tenía la pastilla. Debajo de un diente postizo la tenía. No se la dejamos morder. Ahí lo jodimos primero. Pero de todas maneras y a pesar de lo que pasó después, tal vez ahora estaría contando el cuento si no hubiera sido por la palabra. Porque aguantador era. Lo picamos como a ninguno y no aflojó. Le dimos que se moría y no largaba prenda. Pero dijo la palabra. Hasta medio que nos estremecía lo duro que era. Y se había corrido cierta blandura en los capos, por eso digo que si no hubiera sido por la palabra estaría vivo. Pero no señor. En la última sesión le estábamos apuntando yo y Alfredo, y el coronel le decía cantá o te quemamos y él nada. Pero yo sé que el coronel no pensaba matarlo. Para ver si se achicaba le apuntó también con la pistola. Y él nada. Le puso el caño de la pistola en el ojo y le preguntó por última vez que adónde estaba la libreta. Entonces fue cuando él dijo la palabra: mierda.
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