Seguidamente que me descubrí, que las señales
otorgaran a mi alma, el titulo de maldita. Un millar de duendes
alquilaron mi cerebro y una extraña sensación me invadío; la
sensación de no estar. Fue entonces que tuve necesidad de partir,
partir hacia donde se tejen los mejores silencios, donde los
malditos, donde los no invitados se descubren; donde se encierra el
dolor de vivir...
Algo extraño sucedía, cuando el velo de la noche
se tendía sobre mí, sobre mi casi fantasmal humanidad. En ese
entonces, demasiado joven aun; me bañaba en versos, que como
torrentes invadían mi mente, esa nueva mente distanciada, esa nueva
mente que antaño, deambulaba diáfana y bendita al borde del
abismo...
Claro, era de esperarse, mis visiones, las
visiones de un loco en sus desvaríos, no eran bienvenidas en
algunos, sobre todo en los seres confinados al primer rayo del alba;
pero aun así, atentos como los mendigos a la fogata en pleno
invierno, dispuse de su tiempo y de sus almas.
En una de esas noches, semejante a todas, llena de
locuras y signos descarriados; la dama, la conciencia azul que nos
embiste cuando la noche nos encanta, me lleno de imágenes nunca
antes vistas por mis ojos…
Desde la siniestra lejanía,
Mire caminar al mundo,
Mientras me llenaba
De la serena y codiciada visión del pintor…
Mares nunca antes vistos
Formaban la poesía de mi mente,
Mares de letras,
Mares de signos, de imágenes…
También me llene de esa placida sensación,
Esa deliciosa sensación
Que te deja la noche,
Cuando la duermes en tus brazos,
Cuando velas las colinas
Pobladas de sueños,
Cuando mágica y Cordialmente;
El mundo se descubre ante ti.
Que delicia.
Maldita sea...
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