Una
amiga de mi madre nos ha contado una aventura que le sucedió cuando
aún se viajaba en coche-cama y se podía fumar en los trenes.
Era
cerca de las cuatro de la madrugada, no podía dormir. Salió al
pasillo a fumarse un cigarro, bajó la ventanilla y se apoyó en el
borde, sintiendo el aire fresco de la noche, mientras llenaba sus
pulmones de humo, disfrutando de ese instante.
Oyó
unos pasos que se acercaban. No se giró. Estaba sumida en sus
sensaciones. Los pasos llegaron a su lado. Se pararon. Notó un leve
roce en su trasero. Ella siguió fumando tranquilamente, sin dejar de
mirar el espectáculo que le brindaba la velocidad del tren.
El
roce se hizo más insistente. Le gustó y esperó los
acontecimientos. Mientras, una leve excitación se abría paso entre
sus piernas.
Algo
muy duro se apoyó en su culo. Unas manos le recorrieron las
caderas. Sintió una gran humedad en sus braguitas.
Era
verano. Llevaba una camisa ceñida negra, una falda de tubo, negra, y
unas sandalias de tacón de aguja, negras también.
Las
manos le subieron la falda hasta la cintura. Ella se encendió otro
cigarro, inhalando el humo con placer renovado.
Una
mano abierta le acarició su sexo húmedo, a través de su ropa
interior, ya chorreando. ¡Qué gusto más indescriptible!
Le
bajaron las bragas, ella seguía en la misma posición. Alzó un pie
y luego el otro, ayudando a esas manos extrañas a liberarla de
obstáculos.
Volvió
a sentir algo duro apoyado en su culo, ahora desnudo. Unos dedos
hurgaban su sexo.
Pegó
una larga calada al cigarro, echando el humo con un suspiro de
placer.
Arqueó
su cintura, ofreciéndose al desconocido. Algo muy gordo y duro la
penetraba poco a poco hasta pararse. Se sentía empalada. Ninguno de
los dos se movió. Volvió a dar una calada al cigarro. El placer la
embargaba.
De
nuevo esas manos desconocidas le recorrieron el cuerpo, hasta llegar
a sus pechos, agarrándolos con fuerza. En ese momento empezaron las
primeras embestidas, rítmicas y profundas.
Otra
calada. Fumar y follar.
Los
movimientos se hicieron más rápidos. Oía un leve jadeo en la
espalda. La estaban abriendo en canal. Los pezones le ardían por los
pellizcos que le estaban dando. Echó la cabeza hacia atrás. No
podía soportar el gusto que iba en aumento. Notaba cercano el
orgasmo pero quería detenerlo, saborear cada segundo de ese
encuentro.
Otra
calada. Una explosión de semen le invade su cuerpo, que se estremece
de placer en ese momento preciso. Las rodillas se le doblan. El
desconocido la sujeta, la apoya contra el borde de la ventanilla.
Su
coño es desalojado. La leche caliente le chorrea por las piernas.
Los
pasos se alejan.
Se
acaba el cigarro y vuelve al coche-cama.
Nunca
supo quién fue, pero el que fuera, se quedó con sus bragas.
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