Fotografía:En la placita del vagón! Parado EnelAbismo
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DES-DESENCUENTRO :::
Se venían mirando desde que subieron al
colectivo. Sólo miradas, sin muecas, ni sonrisas, ni ademanes de
nada. Y sólo con sus miradas, y quizás de tanto conocerse de viajes
anteriores, acordaron implícitamente que ella se bajara una cuadra
después y él una cuadra antes.
Él la dejó pasar primero sin hablar, con un leve
gesto de la mano y casi amaneciendo una sonrisa. Ella dejaba un
rastro de perfume que él siguió sinuosamente mirando hacia atrás
como le decía un cartel sobre la puerta que no olvide.
Cruzaron la calle, como caminando por separado y
accidentalmente se metieron al mismo café. Se sentaron en mesas
opuestas, y sus miradas siguieron cruzándose, formando trenzas
invisibles en el aire que daban tres, cinco, diez vueltas y se
entreveraban con el vapor del capucchino de vainilla y el cortado
doble con crema.
Ella pidió edulcorante, él azúcar. Revolviendo
los sobres dentro de las tazas, dentro de los platos, sobre la mesa,
conectados por el parqué de alto tránsito, movían los dos la
pierna derecha al mismo ritmo, como sincronizados con el tempo de So
What, de Davis, mientras el murmullo de la gente bajaba, y la
trompeta parecía acapararlo todo.
Las piernas se movían frenéticamente, aún
conectadas por el parqué, oyendo las trompetas, entre miradas sin
murmullos que zigzagueaban entre humo, vapor, miel, edulcorante y
esas galletitas horribles que siempre ponen en los platos cuando uno
pide café.
El track del cd llegó al final, el murmulló
pareció subir (siempre estuvo al mismo nivel), el ruidito del
golpear de la taza, de ambas tazas contra el plato, el vaso de soda.
La galletita no. Ninguno de los dos.
La cuenta, el mozo, la propina, el parqué, la
puerta. Otra vez la dejó pasar, esta vez su perfume tenía detalles
de canela, y él, con la misma pulcritud y neutralidad de siempre.
La esquina, ella a la izquierda, él, derecha.
Mañana va a ser un día incómodo en el
colectivo.
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