Pintura Yacek Yerka
Tarde
canasta
Aires
pequeños mueven esas plantas, como quien saluda o se sacude en
pequeñas danzas. Tiemblan de vida. De sus roces brotan cuerpos de
melenas melodías. Ruge tierno el sol de la tarde. Me dejo atrapar
desesperadamente por sus rayos. El ardor de su abrazo me abraza
lento y continuo. Mansamente. Arribo en el suelo. Soy el piloto de mi
avión. Me acampo sol.
Veo
un bicho canasto pendiente del siempre verde. En su casa colgante,
suspendida. Lo cosecho y lo guardo en una cajita como souvenir de tu
infancia.
Si
hasta ese lugar llegara el sol dormiría una siesta de inciensos y me
despertaría perfumada y exorcizada.
Pájaros
vocales y el coro de algún perro que muerde el silencio de la
siesta. Mientras yo escribo para morder con la letra, la radio que
sintoniza mi vecino, la radio enemiga del silencio de las hormigas.
Danza
extraña
Las
madres bordan florcitas en las bombachas de las niñas. Mientras
nosotros 6, cuatro mujeres y dos hombres, estamos a los costados de
una cama donde hay una mujer o la ausencia de una mujer. Su esposo
borda o cose algo. Mientras el pescado está hace varios días en la
pileta de la cocina, y huele mal.
En
un momento salimos todos corriendo hacia una plaza. Estamos en
distintos puntos del espacio como palomas. Algunas en los techos,
otras en los bancos, otras en el suelo.
Entro
en la frecuencia de los ecos, del movimiento de una de las mujeres
paloma que está en una cornisa. Me retuerzo en el suelo y mientras
me muevo me doy cuenta de que estoy desnuda y me sigo retorciendo,
contenida por la bandada que me mira alrededor.
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