miércoles, 3 de junio de 2015

Karina Cartaginese

                                           Pintura   Yacek  Yerka


Tarde canasta


Aires pequeños mueven esas plantas, como quien saluda o se sacude en pequeñas danzas. Tiemblan de vida. De sus roces brotan cuerpos de melenas melodías. Ruge tierno el sol de la tarde. Me dejo atrapar desesperadamente por sus rayos. El ardor de su abrazo me abraza lento y continuo. Mansamente. Arribo en el suelo. Soy el piloto de mi avión. Me acampo sol.

Veo un bicho canasto pendiente del siempre verde. En su casa colgante, suspendida. Lo cosecho y lo guardo en una cajita como souvenir de tu infancia.

Si hasta ese lugar llegara el sol dormiría una siesta de inciensos y me despertaría perfumada y exorcizada.

Pájaros vocales y el coro de algún perro que muerde el silencio de la siesta. Mientras yo escribo para morder con la letra, la radio que sintoniza mi vecino, la radio enemiga del silencio de las hormigas. 

 
Danza extraña


Las madres bordan florcitas en las bombachas de las niñas. Mientras nosotros 6, cuatro mujeres y dos hombres, estamos a los costados de una cama donde hay una mujer o la ausencia de una mujer. Su esposo borda o cose algo. Mientras el pescado está hace varios días en la pileta de la cocina, y huele mal.

En un momento salimos todos corriendo hacia una plaza. Estamos en distintos puntos del espacio como palomas. Algunas en los techos, otras en los bancos, otras en el suelo.

Entro en la frecuencia de los ecos, del movimiento de una de las mujeres paloma que está en una cornisa. Me retuerzo en el suelo y mientras me muevo me doy cuenta de que estoy desnuda y me sigo retorciendo, contenida por la bandada que me mira alrededor.

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