martes, 7 de marzo de 2017

Carolina Gutiérrez Guerrero


UN PEÓN DE FUNDO, EN EL TIEMPO OLVIDADO



Él era un bebé, que no tenía idea del cambalache de vida que le tocaría vivir, debido a que había sido regalado por su madre por ahí por los años cincuenta.



Las malas lenguas, decían que la señora Margot recibió al niño de mano Fresia, cerca de San Carlos, con la condición de criarlo como hijo.
Debido a ser solterona, y patrona de fundo adoptaría al niño al estilo antiguo, sin papeles, ni intermediario, sino con la buena voluntad de una madre que lo entregaba en brazos ajenos, con una bendición y buena venturanza.
Muchas eran las historias similares, de niños entregados a personas acomodadas, por parte de gente pobre, que tenían muchos chiquillos, y bocas que alimentar.
Por eso pasar un hijo, para que lo criara un rico, en aquélla época, era sinónimo de prosperidad, y la seguridad de una buena crianza al menos para uno.
Sin embargo, él no fue criado como hijo “de la Señora”, sino, como peón de fundo.
Desde que tuvo memoria, sabía que ayudar era igual a trabajar, y como recuerdo de niño, siempre contaba, que antes de irse al colegio, tenía que ir al campo a plantar, podar o cosechar lo que estuviera de temporada.

En el campo había que labrar a la tierra, o alimentar los animales que se criaban.
Y en la escuela tenía que aprender a escribir, leer y un poco de matemáticas, ¡justo lo necesario para seguir ayudando en el campo!...por eso
quienes lo criaran, lo dejaron asistir a la escuela, solo un par de temporadas.
Su rutina comenzaba de amanecida, (a las cinco o seis de la mañana), y consistía en ayudar en alguna faena que los adultos le mandaran, ya que a su corta edad había aprendido, que tenía que ganarse el plato de comida que le daban.
Fue criado con los medieros del campo de la Señora, en un sector rural del pueblo de Quirihue, llamado los Remates.
Aprendió la agricultura por medios heredados, viendo a los empleados del fundo ¡cómo se trabajaba!
Desayunaba un caldito de papas, y una chupilca con harina después que se levantaba, y cuando le daba hambre donde se encontrara, se hacía un pavito de harina, con sal, aceite y agua.
Como obrero de campo, no le pagaban, ya que su salario equivalía a tener una morada
Así que el dinero que tenía para gastarse en la cantina, era obtenido en labores ajenas, trabajando en faenas temporarias.
No conoció los zapatos hasta los 16 años, ya que en el campo se usaban ojotas unas chalas campesinas fabricadas de goma de neumático.
A sus dieciséis años, debido a la miseria y pobreza de vida que llevaba, decidió escaparse del campo; e irse a la ciudad a trabajar, para poder progresar y darle a sus sueños alas.
Él sabía por otros obreros, que en la Capital había pega de sobra y daban una buena paga, y como deseaba tener sus propias cosas, con más ahínco alimentó la idea de darse una escapada.
Siempre decía, que de niño deseaba zapatos, porque cuando hacía frio, se le moreteaban los pies, por eso en su mente idealista de adolescente pensaba que si ¡él fuera el patrón del fundo!... les daría zapatos y calcetines a todos los peones que con él trabajaran.
Así, teniendo la chauchas necesarias para la hazaña, y despidiéndose de sus camaradas, tomando su morralito y sus pilchas gastadas, partió a patita en una larga caminata, al bus del pueblo, que lo embarcaría en su añoranza. Allá, averiguaría como se llegaba a las fábricas, y se iría a trabajar, donde el calzado se fabricaba.
En esos años las zapaterías quedaban en la calle Victoria, que era muy conocida y transitada. Por eso no le costó agenciarse la información que necesitaba, y bajándose de la liebre que le indicaron, llegando a su destino, comenzó a pasar local por local, ofreciéndose para trabajar en lo que le mandaran.
Un maestro Zapatero, fijándose en sus peculiares chalas, preguntándole de donde era y por qué las usaba, llamó la atención de uno de los jefes de la fábrica, que tras conocer la historia de Carlos, de donde vivía y en que trabajaba, enterándose que había venido del campo, y no tenía parientes ni una casa, lo dejaría alojarse en una bodega como nochero, a cambio de cuidar el lugar, y que en el día ayudara.
Lo segundo que le dijo el patrón fue que allí no se podían usar chalas, así, arrimándose a uno de los maestros zapateros, y siguiendo las indicaciones que le daban, ¡el mismo se fabricó el calzado que de niño anhelara!
¡Dos años, vivió en la bodega! ¡Dos años juntó dinero, para lograr sus añoranzas!
Así, tras el mostrador, de cueros, suelas y gomas, aquel muchacho de campo, que un día fuera regalado, y que comenzara su historia de vida como peón de fundo… fue creciendo y madurando, hasta convertirse en ¡todo un hombre! , haciendo profesión de maestro de calzado… el sería uno de ¡tantos valientes, que le torcerían la mano al destino que le designaran!. También sería uno de aquellos, ¡que a punta de esfuerzo a la pobreza superara!


                                        Quirihue

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