Leyendo a Puig, su novela “La
traición de Rita Hayworth”, recordé al instante el film “Gilda”
cuya protagonista era Rita Hayworth y el actor Glenn Ford. Fue una
película de gran éxito y llenó la cartelera de los cines durante
mucho tiempo.
Ella, era una mujer de un
encanto especial, sensual, con un físico extraordinario y con su
cabello ensortijado, lleno de rulos color rojizo, era la atracción
del film. Él, era un hombre de muy buena presencia y un excelente
actor.
El contenido de la película
era un melodrama pasional, una relación extraña -por momentos
romántica y a veces con escenas violentas, entre estos tres
personajes.
Al regresar a casa no pude
dormir bien, por momentos soñaba con su vestido de satén negro y
sus guantes largos también negros.
Al día
siguiente me propuse ir a la peluquería, decidida a cambiar mi
aspecto físico, me teñí la cabellera negra a fin de parecerme al
color de Gilda, esperé horas hasta ver el resultado. Luego de que me
lavaran el pelo, me miré al espejo y ¿qué
vi?
¡Una
zanahoria en mi cabello!
este quedó realmente horrible y de la mujer fatal que quería imitar
pasé a ser el hazmerreír de toda mi familia.
Un turbante me acompañó
durante un tiempo, ni vestido de satén, ni cabellera rojiza.
Todo
siempre comienza
Cuando escucho la frase: “todo
comienza hoy”, me siento nuevamente joven, miro a la vida como un
sendero largo que aún debo transitar y disfrutar.
A veces me pregunto ¿qué es
lo que comienza? ¿Una esperanza para lograr aquello que fue
postergado? En ocasiones me cohíbo cuando algo nuevo aparece en el
horizonte, pero lo tomo como una oportunidad inimaginable, ya sea una
actividad que me demanda dedicación o alguna persona que me
deslumbra.
Todo me hace sentir viva, como
el amor, que empieza con un asombro inesperado, que nos abre nuevos
rumbos y nos enseña nuevas y desconocidas dimensiones.
Así, quizás estas
ensoñaciones hacen que uno pueda disfrutar a pleno el presente.
Con mis 89 años, aún todo no
termina, recién comienza.
Identidad
reservada
En el mes de Enero de este año
pasé unos días de vacaciones en la casona de mi amiga Alba, allí
en uno de sus cuartos había una biblioteca con una colección de
libros de gran valía.
Me acerqué a uno de ellos
que me llamó la atención por la imagen de la tapa. Lo tomé y el
autor no me resultaba conocido, Steve Wolding.
Me adentré en sus páginas,
en su narración y estilo los cuales me resultaron interesantes,
atrapantes, pero a la vez tuve la sensación de que había párrafos
que había leído en otros tiempos de mi vida.
Sus recursos morbosos,
espeluznantes, por momentos de misterio y detectivescos me fascinaron
y tensionaron, pensé en dejar de leerlo pues eran mis días de
vacaciones, pero la trama de esta novela me retenía con sus sucesos
policíacos precedidos de muerte.
Un escritor sombrío,
melancólico, obsesionado por lo macabro y lo fantástico. A medida
que fui finalizando de leer el libro me imaginé la vida de Steve
Wolding que con su narrativa había logrado conmoverme y me recordaba
por su estilo a otro escritor.
Al llegar a
Buenos Aires me dirigí a la Biblioteca Nacional, allí investigué
acerca de este autor y mientras inesperadamente descubrí que era un
seudónimo, pensé: “¡te
atrapé, así que sos vos, Edgar Allan Poe!”.
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