jueves, 3 de diciembre de 2015

Carlos Enrique Saldivar



Historias DEL ARPONERO




A David Roas



                                                         crimen con vuelta



El arponero de la pata de palo consiguió, tras una tormentosa noche en el mar, cazar a Moby Dick. Logró sacarle los ojos y llevarlos como trofeo en su viaje de retorno. Pensó que su impresionante hazaña no tendría un castigo merecido. Lo tuvo. Dos días después de matar a su adversario su pierna buena fue atravesada por el pico de un pez espada aficionado a Melville y a las novelas de aventuras.


                                                                                


hambre de mar



El arponero estaba muy triste, pasaba días enteros en el mar sin poder cazar algo, ni una ballena iracunda, ni un calamar gigante, ni una ciclópea y voraz serpiente, ni cualquier tipo de monstruo oceánico. Caminaba preocupado de uno a otro extremo de su embarcación y pateaba los objetos con su única pata de palo. Hastiado, sintió ganas de tirarse desde la borda y, al intentarlo, vio en el agua, a lo lejos, una sirena que se acercaba a su navío.
¡Al fin!, se dijo, y apuntó el arpón directo a la cabeza del monstruo. Pero, es muy hermosa, dudó. Me da pena.
Decidió olvidar su sed de sangre y se lanzó al agua para hacer el amor con la sirena. Ella lo abrazó y lo besó con ternura, después le dijo al oído:
—Por fin, han pasado muchas lunas y no hallaba marineros grandes y fuertes que pudieran darme una parte de ellos.
Esta última frase el arponero la entendió de una manera errónea, ya que, horas más tarde, empezaba a colocarse (entre grandes alaridos) su primer ojo de vidrio, su primer garfio y su segunda pata de palo.




lucha residual



¡Maldita seas!, gritó el arponero y disparó una nueva lanza al lomo de la bestia, pero esta, gigantesca y enardecida, no cejaba en el propósito de hundir el navío de su contrincante. ¡Desgraciado seas, monstruo, me las pagarás! La ballena hizo retumbar la atmósfera con un sonido de fiera, impropio de los animales de su especie que se comunicaban mediante vibraciones. Parecía rugir, su alarido hizo retumbar el mundo entero. El arponero salió despedido por una ola, se quebró un brazo y perdió en el mar su pata de hierro forjado. De pronto, un fuerte remolino surgió, seguramente provocado por algún ser superior (un dios tal vez) que comenzó a chupar todo el agua como una especie de hoyo al Infierno. La embarcación del marinero y la ciclópea ballena estaban siendo absorbidas por las líneas circulares de agua que devoraban todo a su paso. Sin embargo, ni esto hacía que detuvieran su lucha. El cazador lanzó una nueva flecha, esta vez al ojo del mamífero y aquel se retorció de dolor, pero no moría, parecía poseído, lleno de una vitalidad infinita. Cuantas más vueltas daban ambos, tantos más arpones lanzaba el hombre contra la criatura, y cada vez más coletazos esta daba contra su adversario, logrando así herirlo de muerte y destruyendo lo poco que quedaba del navío. El arponero, recio, utilizando las últimas fuerzas que le quedaban, continuó atacando al poderoso leviatán hasta que ambos enemigos, finalmente, fueron tragados por el hueco negro del remolino acuático.
Se oyó un fuerte ruido de agua perdiéndose en el vacío.
—¿Qué haces, hijito? preguntó la madre.
—Estoy jalando la palanca dijo el pequeño, observando con fijeza el fondo del inodoro.




Meditación del arponero



¡Qué agradable sería nadar junto a las ballenas! ¡Qué emocionante resultaría recorrer el mar montado en estas, y salir despedido por el chorro de agua que sueltan de su lomo! Me gustaría ser una de ellas, convivir con estas, ser parte de aquellas fascinantes criaturas, pero no puedo. Yo elegí mi profesión y debo resignarme. La sentencia está dada. El planeta está lleno de sujetos como yo, contratados por los gobiernos, quienes nos dedicamos a está fría labor. Sin embargo, quisiera hacer algo por estos magníficos animales. Solo han de quedar unos cuantos en el globo. He encontrado al fin el lugar donde se esconden. Salen a la superficie, creo que me reconocen. Me parece que mi presencia les atemoriza. Sospecho que saben lo que el destino les tiene preparado. Pero son tan bellas, tan magnánimas. Hice bien en grabarlas y tomarles algunas fotos antes de empezar. Serán recuerdos bonitos, aunque a nadie les importe, solo a mí. Ahora debo seguir con lo mío. Es un acto obligatorio. Me pagan por brindar este espectáculo y el monto es por hora.
Solo fueron unos pocos segundos los que utilizó el arponero para expresar este monólogo. Siguió matando ballenas a la luz sangrienta del atardecer, lo hizo hasta que una lágrima suya se mezcló con el agua de mar, que parecía aterrado ante la cruenta revelación de que no quedaba en el mundo una sola ballena más a la cual asesinar para divertir a la audiencia del Canal Mundial de los Animales, la televisora más vista en el año 2018

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