jueves, 3 de diciembre de 2015

Daniela Scagliola

                                                      Pintor  Danny O´Conner

El ventilador es una serpiente comiéndose su cola
Un reloj que encierra en sí mismo dos agujas en ángulo recto
Nadie en la calle
Todo el mundo en mi piel
Ansío la noche
La oscuridad que ennoblece
A la espera de la caída de Ícaro
Este tiempo derritiendo sus alas
Ansío la luna de sombras pálidas
El canto vagabundo de los pájaros
El rocío de embriagarme y persignarme
Rezar tres Aves María
Ser el responso para mi niña de cera


A veces cambiaría todos mis poemas
Por migajas de pan, que arrojadas al camino,
Me hicieran volver a casa.


Fui en busca de la bruma
Y volví junto a esos nombres
Que sólo las olas del mar regresan
Volví para no regresar jamás

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Dentro de mí un cortejo de pájaros, afuera una Virgen negra enciende el azar. Los abismos caen al silencio y rezan, no saben de qué lado del espejo soportar las consecuencias de esta tarde que se va haciendo pequeña y, como si quisiera abandonarse, extiende sus manos hacia la noche, donde en el movimiento tibio de sus brazos el mundo desaparece.
Pido a los dioses del absurdo mi perdón. Ellos darán libertad a mis ojos vencidos. Cantas al alba tus monstruos de niña abandonada. Cantas y te desgarras mi pequeña viajera. Cantas cercana a la niebla en tus ojos de sangría. Cantas y mengua la luna tu muerte de niña loba. Cantas y vuelve a tener un rostro, tu letal espejo. La noche asesina estrellas, y tú entre ellas, óvolo de mi salvación


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Tengo un mundo atragantado en la garganta, vomito: no tolero el mundo.
Llevo días encerrada. Las paredes de esta casa se achican como si fueran el vientre de mi madre, pujando. Pero hoy no es un buen día para nacer. ¿Será que todo lo mío desvanece? Cada rostro o cada niño, desvanece. Hasta el mar, lejano y limpio, en agua clara desvanece. Y dentro del agua todo es palabra. Si al menos la escritura no fuera el murmullo de un cuerpo. ¡Si al menos la escritura no fuera! Qué sino tan desdichado el mío, algún día vendrá la otra que soy a reprocharme tanto descuido amanecido, pero para entonces estaré muerta. ¡A volar pajarillo, a volar, que ya te tuve demasiada paciencia!, dice mi madre.


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Soy este cuerpo donde en mí se habla. Y hablarán los fantasmas, los muertos de mi memoria. Los días como epitafios y sus furiosas águilas. La noche exiliada a la hora vacía. Hablará la lluvia a lo largo de las paredes, a veces la lluvia alivia el dolor de la muerte. Ella, mi asesina, la enajenada mano del cielo cuando se fecunda la tormenta. ¡Vamos, locura!, cabalga la triste llanura del tiempo, sobre los causes del río verás la vida pasar efímera, tan efímera como los ojos de un ángel. Tengo el presentimiento que un coro de murciélagos anunciará las horas que pasen muertas. Aves hambrientas sobre rosa sobre piel, sobre viento, azul llorando.
Ángeles condenados exiliados en el rostro silencioso de la Noche. Alas cristalinas que del viento se esconden pidiendo asilo en tu mirada. Cada verso es en la palabra un espejo de imágenes rotas. Retazos de piel como hojas desprendidas de un otoño que enloquece.

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