· Imán
Mirar el mar desde tus ojos parece una frase hecha para ser bonita nada más, pero ahí están tus ojos y la luz, el silencio que rompes cuando puedes venir a preguntar dónde se acaba, cuando vuelves a ser tú necesitando límites precisos, puntos fijos, distancias exactas, tiempo que se tarda sin aproximaciones.
Te acercas desde la comodidad de una hamaca entre árboles a la silla que dividimos cabiendo a poco. Te voy contestando sobre Venus, las estrellas fugaces, la gravedad en forma de manzana y tu piel suave como ninguna otra se introduce en mi garganta que sigue hablando para que no te marches. Y me preguntas si hoy podemos quedarnos hablando hasta la una, la hora más singular y lejana que cabe en tu cabeza de niño. Ese “claro” que dices sé entonces que es mío, aunque a las doce agarre tu cuerpo flaco de princesa con los ojos cerrados y te meta en la cama y te pida un silencio que vas rompiendo sin saber lo que dices, soñando con estrellas y volcanes.
Tu memoria y la mía se van trenzando como la hierba que vas cogiendo río arriba, que enganchas al dedo de tu pie en el primer descanso y por arte de magia conviertes en cuerda mientras no puedo dejar de mirar lo grande que eres. Ya es mío el miedo de tus noches encerradas, los golpes porque existes, el pis en las sábanas durante muchos días. De mí sólo te doy el origen de esta cama antigua donde vienes a ser chico los domingos. Entonces me preguntas cómo naciste aquí y yo te cuento la más bella historia de amor que me ha ocurrido.
El mar, como un imán sobre mis ojos, ha dejado su orilla y su horizonte para vivir en ti. No te quito el frío haciéndote venir para secarte como todas las madres. Te veo tiritar y sé que son las olas, la espuma de tus olas sobre mi pecho firme como un faro.
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