viernes, 20 de marzo de 2015

Raquel Fernández (Argentina)



LUCIANO




Pequeño,

pequeñito,

hecho de polvo, de indigencia, de miedo.

Salpicado de sed.

Parpadeando latidos vulnerados.

Algo habrá hecho además de ser pobre,

además de aporrearnos la conciencia

con sus patitas flacas,

sus huesos temerosos,

su reino de cartones.




Pequeño,

pequeñito,

hecho de humo, de penuria, de grito.

Remordido de hambre.

Tiritando manteles despoblados.

Algo habrá dicho además de negarse

a enjaular el verano,

a militar en las filas del abismo,

a pudrirse la boca.




Dijeron que no tenía nombre,

pero sí.

Se llamaba Luciano.

Luciano casi luciérnaga,

casi lucecita para que no duelan tanto

la noche y la intemperie.

Luciano casi lucidez,

casi desgarrada lucidez,

y ojos abiertos frente a la muerte,

y pájaros.







Luciano Arruga desapareció el 31 de enero de 2009, a los 16 años, tras ser secuestrado por la policía bonaerense en Lomas del Mirador, provincia de Buenos Aires. Su desaparición fue una represalia por su negativa a robar para los oficiales. Un peritaje con perros determinó que el chico estuvo en la comisaría 8ª de Lomas de Mirador y en uno de los patrulleros de dicha seccional, que esa noche no cumplió con su recorrido habitual. Sus restos fueron encontrados el 17 de octubre de 2014 en el cementerio de la Chacarita, donde Luciano fue sepultado como NN. Supuestamente, habría muerto en un accidente de tránsito el mismo día de su desaparición, versión de la que descreen tanto su familia como diversos movimientos sociales y organizaciones de defensa de los derechos humanos. 

 
LA CHICA DE LENTES



Cada vez que pienso en vos

hay alguien que se interpone entre la memoria

y la saliva refundando el deseo:

la chica de lentes.

Tu chica de lentes.

Mi Waterloo.



Me preguntó por qué la chica sí y yo no.

Dónde terminó mi olor y comenzó su cintura.

Cuándo el recuerdo se vació de mí

y se bifurcó hasta convertirse en un par de piernas feroces

rodeando tus caderas

(ella subió a tu cuerpo

y yo

me diluí,

dejé de ser en tu boca).



La chica lee a Pilar Sordo o a Paulo Cohelo

y yo

sufro por Annabel Lee desde que cumplí diez años.

Sonríe con la estúpida vacuidad de un rumiante

y yo

me jacto de llorar en cinco idiomas diferentes.

Vende cosméticos, o bijouterie, o filtros de agua

y yo

masturbo tu recuerdo con poemas que se caen de maduros

en la boca del hambre.

La chica es real

y yo

soy Elizabeth Taylor estrellando muñecas contra la pared

en “Raintree County”

(mala, mala, mala,

delirante,

caprichosa,

me voy a agenciar una mujer cuya única duda

sea “vacío o asado de tira”

y no insista en probarse los vestidos

de todas las sureñas malcriadas de Hollywood).



Si a cualquier hombre que no fueras vos

lo hicieran elegir

entre la chica y yo

me elegiría a mí, por supuesto.

Ella usa lentes Ray Ban Aviator de imitación

y yo soy encantadora.

Lo que no cambia para nada

la aplastante realidad de cada día:

ella amaneciendo en tu cama

y yo

desayunando en Tiffany’s,

sola.


VERANO DEL ‘76







Vos armabas canastitas con abrojos 



y yo tenía una coronita de flores en el pelo 



(“Soy una princesa, ¿ves? 



Y a las princesas no les pasa nada malo. 



Nunca.”) 



Hacía calor y esperábamos 



que alguien nos rescatara de ese jardín ajeno. 



 Queríamos volver a casa y ver la Pantera Rosa



Queríamos volver a casa, 



a papá y mamá  enormes  y definitivos, 



mamá con un gorrión en la garganta, 



papá con el corazón entero 



(nada de “Jorge no puede respirar”, 



nada de “Jorge se muere”, 



a las princesas no les pasan esas cosas).







Vos me creías cuando yo te decía 



que todo estaba bien, 



que los médicos curaban. Siempre.  



(Me creías cuando te decía que los caracoles se casaban, 



que si girábamos en el patio hasta marearnos 



cantando “El sol sale para todos” 



la lluvia se iba, 



que la mamá de Bambi estaba sana y salva en una casita de Mar del Plata:



Yo la vi, te juro que yo la vi, lo de la película fue todo mentira”).  







Vos armabas canastitas con abrojos 



y yo tenía una coronita de flores en el pelo. 



El verano se prometía lindo. 



Queríamos volver a casa.  



Y volvimos. 



Volvimos



para besar a un señor frío y blanco  



que era papá 



pero no era.







Volvimos



para aprender a ser huérfanos.


 

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