Pequeño,
pequeñito,
hecho
de polvo, de indigencia, de miedo.
Salpicado
de sed.
Parpadeando
latidos vulnerados.
Algo
habrá hecho
además de ser pobre,
además
de aporrearnos la conciencia
con
sus patitas
flacas,
sus
huesos temerosos,
su
reino de cartones.
Pequeño,
pequeñito,
hecho
de humo, de penuria, de grito.
Remordido
de hambre.
Tiritando
manteles despoblados.
Algo
habrá dicho
además de negarse
a
enjaular el verano,
a
militar en las filas del abismo,
a
pudrirse la boca.
Dijeron
que no tenía nombre,
pero
sí.
Se
llamaba Luciano.
Luciano
casi luciérnaga,
casi
lucecita para que no duelan tanto
la
noche y la intemperie.
Luciano
casi lucidez,
y
ojos abiertos frente a la muerte,
y
pájaros.
Luciano
Arruga desapareció el 31 de enero de 2009, a los 16 años, tras ser
secuestrado por la policía bonaerense en Lomas del Mirador,
provincia de Buenos Aires. Su desaparición fue una represalia por su
negativa a robar para los oficiales. Un peritaje con perros determinó
que el chico estuvo en la comisaría 8ª de Lomas de Mirador y en uno
de los patrulleros de dicha seccional, que esa noche no cumplió con
su recorrido habitual. Sus restos fueron encontrados el 17 de octubre
de 2014 en el cementerio de la Chacarita, donde Luciano fue sepultado
como NN. Supuestamente, habría muerto en un accidente de tránsito
el mismo día de su desaparición, versión de la que descreen tanto
su familia como diversos movimientos sociales y organizaciones de
defensa de los derechos humanos.
LA
CHICA DE LENTES
Cada
vez que pienso en vos
hay
alguien que se interpone entre la memoria
y
la saliva refundando el deseo:
la
chica de lentes.
Tu
chica de lentes.
Mi
Waterloo.
Me
preguntó por qué la chica sí y yo no.
Dónde
terminó mi olor y comenzó su cintura.
Cuándo
el recuerdo se vació de mí
y
se bifurcó hasta convertirse en un par de piernas feroces
rodeando
tus caderas
(ella
subió a tu cuerpo
y
yo
me
diluí,
dejé
de ser en tu boca).
La
chica lee a Pilar Sordo o a Paulo Cohelo
y
yo
sufro
por Annabel
Lee
desde que cumplí diez años.
Sonríe
con la estúpida vacuidad de un rumiante
y
yo
me
jacto de llorar en cinco idiomas diferentes.
Vende
cosméticos, o bijouterie, o filtros de agua
y
yo
masturbo
tu recuerdo con poemas que se caen de maduros
en
la boca del hambre.
La
chica es real
y
yo
soy
Elizabeth Taylor estrellando muñecas contra la pared
en
“Raintree
County”
(mala,
mala, mala,
delirante,
caprichosa,
me
voy a agenciar una mujer cuya única duda
sea
“vacío o asado de tira”
y
no insista en probarse los vestidos
de
todas las sureñas malcriadas de Hollywood).
Si
a cualquier hombre que no fueras vos
lo
hicieran elegir
entre
la chica y yo
me
elegiría a mí, por supuesto.
Ella
usa lentes Ray
Ban Aviator de
imitación
y
yo soy encantadora.
Lo
que no cambia para nada
la
aplastante realidad de cada día:
ella
amaneciendo en tu cama
y
yo
desayunando
en Tiffany’s,
sola.
VERANO
DEL ‘76
Vos
armabas canastitas con abrojos
y
yo tenía una coronita de flores en el pelo
(“Soy
una princesa, ¿ves?
Y
a las princesas no les pasa nada malo.
Nunca.”)
Hacía
calor y esperábamos
que
alguien nos rescatara de ese jardín ajeno.
Queríamos
volver a casa y ver la Pantera
Rosa.
Queríamos
volver a casa,
a
papá y mamá enormes y definitivos,
mamá
con un gorrión en la garganta,
papá
con el corazón entero
(nada
de “Jorge
no puede respirar”,
nada
de “Jorge
se muere”,
a
las princesas no les pasan esas cosas).
Vos
me creías cuando yo te decía
que
todo estaba bien,
que
los médicos curaban. Siempre.
(Me
creías cuando te decía que los caracoles se casaban,
que
si girábamos en el patio hasta marearnos
cantando
“El
sol sale para todos”
la
lluvia se iba,
que
la mamá de Bambi
estaba sana y salva en una casita de Mar del Plata:
“Yo
la vi, te juro que yo la vi, lo de la película fue todo mentira”).
Vos
armabas canastitas con abrojos
y
yo tenía una coronita de flores en el pelo.
El
verano se prometía lindo.
Queríamos
volver a casa.
Y
volvimos.
Volvimos
para
besar a un señor frío y blanco
que
era papá
pero
no era.
Volvimos
para
aprender a ser huérfanos.
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