Pintura de salvador dali
no temas a la muerte
El choque fue aparatoso. El taxi casi le impactó
a un autobús escolar, el conductor del primer vehículo realizó una
maniobra y fue dar contra un poste; antes de que el automóvil se
volcara, la muchacha, quien no tenía puesto el cinturón de
seguridad, salió volando por una ventana y cayó en medio de la
pista. Caminé hacia a ella con rapidez, su falda y su blusa estaban
rotas, sus cabellos lucían desgreñados, no tenía sus tacos y su
piel blanca, en especial su rostro, denotaba algunas laceraciones
menores. No hizo falta que yo le ayudara, ella se sentó sola, sin
hacer un gran esfuerzo, y me miró aturdida, conmocionada.
—¿Cómo está usted? —le pregunté.
—Me siento bien, es increíble, por lo visto aún
no ha llegado mi hora… ¿y el taxista?
Giré la vista hacia el carro destrozado, el
chofer no se movía. No me importaba, no era asunto mío, al menos
todavía no. La chica intentó pararse y se apoyó en mí, me dijo:
—Gracias. Supongo que así son las cosas, la
muerte llega cuando uno menos se lo espera.
—Sí, es verdad, lo importante es no temerle a la muerte.
—Yo no le temo, quizá por ello no fallecí.
—¿En verdad no le teme a la Muerte?
—No, no le temo. Nunca le he temido.
—Qué bueno, hace usted muy bien —dicho esto,
abracé a la joven con gran suavidad y me la llevé conmigo al mundo
de los difuntos, en el cual yo reinaba.
villancicos
Mi abuelo me contó la verdadera historia de los
villancicos. Surgieron como canciones profanas para despertar a
ciertos espíritus elementales. Con el tiempo, las iglesias los
hicieron suyos y los asociaron con la Navidad, a fin de ocultar su
real objetivo y que nadie pudiera utilizar sus poderes. Los orígenes
de los villancicos se remontan, según las investigaciones, al siglo
XV; no obstante, aparecieron mucho antes entre las poblaciones
europeas. A pesar de que ciertos sectores católicos han hecho hasta
lo imposible por borrar del mapa la verdadera magia de estas
canciones, un grupo de creyentes sobrevivió a través del tiempo. Mi
abuelo era uno de ellos, se lo contó a su hija, mi madre, pero ella
no lo creyó. Mamá había heredado la mente racional de mi abuela.
Por eso mi abuelo me ha narrado a mí la historia y yo le he creído.
Poco antes de que él falleciera, le juré que guardaría el secreto
y en unos años lo compartiría con mis descendientes. ¿Quién diría
que a mis trece años yo asumiría como reales ciertas leyendas?
Siempre he tenido una imaginación inquieta, quizá por eso devoro
libros sobre esoterismo y hechos extraños que ocurren en el mundo.
Tal vez por eso he comenzado a redactar mis propios escritos donde
héroes fabulosos se enfrentan contra entidades tenebrosas. Aunque
una cosa es la ficción, otra la realidad y otra aquella sección del
universo que no puede ser explicado. Se supone que no soy el único
que conoce el enigma de los villancicos, deben existir otras personas
en América Latina, en España y en Portugal, sin embargo somos muy
pocos, lo cual está bien, así el maravilloso encanto de estas
cantigas (como las llamaban antiguamente) queda seguro y resguardado.
No muchos saben lo siguiente: los villancicos eran composiciones de
naturaleza popular, cantadas por los villanos, residentes de las
villas, los cuales podían ser campesinos u otros habitantes rurales.
Los entonaban en fiestas populares, la temática no era religiosa, la
mayoría de los tópicos de estas canciones eran los sucesos
recientes del pueblo o la región. Luego, con el paso del tiempo, los
temas se ampliarían; pero en aquella época, hace varios siglos,
dichas cantigas tenían otros temas, los cuales eran invocaciones,
estas se realizaban para conseguir algún favor de las entidades
naturales. En verdad pensé que guardaría conmigo durante un buen
tiempo el real significado de los villancicos, mas cuando conocí a
Darío, lo solté todo.
Darío residía a unas casas de la mía, tenía
doce años, era un niño taciturno y esmirriado, no tenía papás.
Vivía con sus tíos y se decía en el barrio que ellos no lo
trataban bien. Estudiábamos en el mismo colegio, yo solía verlo en
los recreos, siempre estaba a solas, al parecer, no tenía amigos. En
septiembre intenté acercarme a él, sin resultado. En octubre lo
encontré sentado en la puerta de su casa leyendo El
umbral de la noche de Stephen King, yo
había leído ese volumen, eso me hizo darme cuenta de que teníamos
algunas cosas en común. Le dije que mis padres habían salido de
compras y que lo invitaba a ver una película de terror. Darío
accedió. Vimos Beyond Re-Animator,
film que me había alquilado un compañero de la escuela. La pasamos
excelente, hablamos sobre algunas cintas, obras literarias,
escritores y directores de cine, aunque noté que él recién se
estaba adentrando en esos gustos y, según me dijo, no tenía interés
en otra cosa que no fueran los relatos fantásticos. Antes de irse,
me comentó: «Ojalá algo asombroso me
sucediera algún día, así podría morir contento».
Nos vimos los días que vinieron, no muy seguido,
más o menos una vez por semana. En ese entonces ninguno de los dos
podía dudar que una buena amistad nos unía.
En noviembre ocurrió el incidente. Unos chicos de
segundo año de secundaria, que no eran compañeros míos, comenzaron
a molestarlo haciéndole bromas crueles. Uno de ellos le bajó el
pantalón de educación física en frente de las niñas. Darío, que
había soportado estoicamente varias bromas pesadas durante semanas,
reaccionó muy mal y le dio de puñetes al fastidioso. Se le fue la
mano, hubo que llevar al chiquillo al hospital y lo tuvieron en cama
varios días pues no podía mover la cabeza ni el cuello. A Darío lo
expulsaron del colegio, a unas pocas semanas para que finalizara el
año escolar. Oí que sus tíos no le dieron ninguna paliza, aunque
sí lo echaron a la calle un par de días hasta que los vecinos lo
llevaron de regreso a su vivienda. Sus tíos se mostraron
indiferentes, no lo querían, mi amigo ingresó a su habitación en
silencio. Nadie nunca sabrá lo que padeció Darío en soledad,
aunque yo estoy seguro de que en ningún momento lloró, quizá
estaba todavía consternado por lo que había hecho, por el rumbo que
habían tomado los acontecimientos.
Lo vi unos días antes de Navidad, él estaba
sentado en la puerta de su casa, ya no leyendo un libro, sino un
cómic de Dragones y Mazmorras.
Me evitó y se metió en su casa.
Aguardé en los días siguientes a que saliera y
en la víspera de Nochebuena lo abordé. Intentó evadirme, pero lo
convencí de que me escuchara. Anduvimos varias cuadras, llegamos a
un parque vacío y nos sentamos en una banca; me dijo que sus tíos
se habían ido a visitar a unos familiares y él estaba solo, aunque
tenía un poco de panetón y chocolate. Lo invité a pasar la
festividad en mi casa, mas no quiso; observaba el suelo con una
mirada que no pude adivinar si era de rabia o de melancolía. Por eso
decidí contárselo. Le dije que si él lo deseaba, algo maravilloso
le ocurriría ahí mismo. Al principio se mantuvo escéptico, sin
embargo pronto comenzó a mostrar interés. Le revelé el misterio de
los villancicos, le dije que eran canciones codificadas, llaves para
abrir otros mundos, que cantados dentro de ciertas circunstancias,
con la fuerza, tiempo y entonación correctos, podían servir para
abrir el portal de las hadas y de otros seres benignos. Le comenté
que en aquella época del año: veintena de diciembre, el poder de
los villancicos era más grande y que precisamente ese día y a esa
hora, debido a las condiciones atmosféricas y cósmicas, podríamos
lograr nuestro cometido, a fin de que él tuviera una impresionante
visión, que pudiera fascinarlo y tranquilizarlo. No sé si me tomó
en broma o en serio, pero comenzamos a cantar juntos en tanto yo le
iba dando indicaciones de cómo hacerlo para que la magia pudiera
darse. En ese instante, mientras sonreíamos, entonábamos todo tipo
de cantigas navideñas; yo pensaba mucho en los diversos villancicos
que había escuchado durante mi vida, algunos con letra ingeniosa,
otros con letra boba, varios con ritmo pegajoso, muchos creados por
importantes compositores. Continuamos cantando, hasta que en cierto
momento sentí que alcanzábamos el punto adecuado, nunca antes lo
había intentando con mi abuelo, me daba miedo, pero yo había
memorizado la teoría y poseía los escritos al respecto, escondidos
en un lugar de mi alcoba donde no pudiese hallarlos nadie. Frente a
nosotros vimos una luz que se agrandaba, un boquete circular que se
iba ensanchando y del cual salían criaturas hermosas, exquisitas,
lucían como niñas diminutas, desnudas y aladas, luego surgieron
seres imposibles de describir, aunque no eran grotescos, algunos de
estos danzaban, otros saltaban. Darío se puso de pie y se acercó a
ellos, se suponía que eso no debía hacerse. Solo habíamos de
hablarles, no tocarlos. Las entidades rodearon a mi amigo y se lo
llevaron consigo, cada vez más lejos, mientras dejaban tras de sí
el umbral achicándose, la luz extinguiéndose.
Al verme allí, solo, mencioné su nombre, mas
comprendí que ya nunca volvería a verlo.
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