pintura de
Tomek Sętowski, Kopera
La
ostra en la red
Dejó de sentir…
cansada... seguía aún su viaje en el tranvía
Ya no era ella, era
tan sólo una ostra atrapada en su propia red, esa malla que había
tejido ella misma, soldando punto por punto.
Por un momento no
consiguió orientarse, se había pasado de su recorrido habitual.
Descendió.
Se sintió sola en
medio de la noche, la vida que había descubierto continuaba latiendo
y un viento misterioso le rodeaba el rostro.
Su boca segregaba
saliva, y más saliva, ante el muro que descubrió. Era el Jardín
Botánico
Al fin pudo ubicarse.
El silencio y su
respiración aceptable
Ana sujeto el instante entre los
dedos, antes que desapareciera para siempre, como la vida de las
mariposas negras que se deslumbran por la luz y se queman alrededor
de la lámpara eléctrica.
El día había finalizado, se sentó
en la cocina mientras los chicos y su marido se fueron a dormir, casi
serena y altiva, enérgica ante su propia vergüenza y moral ante los
demás.
Cuando una visión le hizo dar un
grito
El ciego...el jardín botánico...su
hijo...la red de malla...y la ostra.
Y supo que ella era esa ostra, con el
grano de arena para cultivo, enquistado, al que envolvía todos los
días para sentirse y crear una perla. Atrapada en
su propia red de malla, la que ella había tejido
soldando todos los estancos Los del BIEN Y LOS DEL MAL
Dar luz a la sombra
Esta era la hora
del espanto, dónde la vaciedad la miraba y no la veía. Era la hora
de la huída, la hora dónde asomaban los fantasmas. Era la hora en
que Ana salía a hacer sus compras.
Una forma de negar su
propia soledad interior. Una excusa para ahogar su angustia de
no sentirse útil. Quizás era la forma de huir de su manía
persecutoria infantil…
Toda su vida de adulta
estaba auroleada de buenos propósitos. Servir y vivir para
los otros, sin un espacio para sí misma, sin contemplar su
propia existencia, ni sus requerimientos, ni su propia valía.
Cuando ella se
preguntaba, ¿quién soy?, sólo se sentía aferrada a negras raíces
de un suave mundo ajeno, el mundo de los otros. Su mundo… ¿No
existía?
Subió al tranvía que
la llevaba a su hogar, sintió su traqueteo familiar, cuando el sol
subía y coloreaba con ese tono rojizo el horizonte. Esas pinceladas
maravillosas y tremendas que tanto malestar le provocaban. Pensar,
pensar en todo lo acontecido durante, el día la ponía bien y
ya estaba corriendo hacia la cena, esto la mantenía vital. Su
bolsa con las compras en la falda le daba seguridad, llevaba todo lo
que había adquirido en el mercado para la cena. Su bolsa
estaba agigantada ya que irían a su casa también sus hermanos
a comer. Pensar en ellos era agradable.
Una parada más del
tranvía y llegaría a destino, apresuraría el paso en su caminar
para estar cuando regresaran los niños del colegio.
Ciertas nubes de
negrura avanzaban hacia el poniente, coladas al trasluz de la
ventanilla del tranvía, que ya arrancaba nuevamente con chirrido y
su ronroneo habitual.
Ana se irguió pálida.
¿Qué cosa había hecho que Ana se fijase erizada de desconfianza?
Un ciego, que había
ascendido, con su bastón blanco, parado en el primer asiento
del tranvía, la señalaba con ese símbolo que era un interrogante…
¡qué había sido de su vida preguntaba su bastón!.. El mundo
nuevamente se había transformado en un malestar.
Levemente con disimulo
fue alzando su rostro para mirar a quien nada veía,
quien todo lo observaba a través de su sentido senestésico. El
rostro del ciego estaba lleno de preguntas, lleno de palabras,
lleno de letras, de jeroglíficos y como Champolión, Ana,
las alcanzaba a descifrar. Era su propia nada despiadada lo que
ella veía sin mirar, sólo viendo y sintiendo con él estómago, con
su cuerpo, con su raciocinio…El ciego masticaba chicles cuando lo
miró, masticaba chicles…
Esa goma de mascar
era su infancia… Ella, también estaba allí. Ana lo miraba y
si algún pasajero la mirase en esas circunstancias,
tendría la impresión de ver a una mujer con odio.
Continuaba Ana con su
rostro desencajado, mirando al ciego…hasta que en un
momento…
¡Ana dio un grito!
El conductor frenó el
tranvía…El chirriar y el movimiento que provoca la inercia….
y el guarda recorriendo los pasajeros para saber que había
sucedido…. al no ver nada anormal, dio la orden de avanzar...Chaca
chaca….chaca.
Ana sintió que todos
la miraban… hasta que dejaron de verla…
Su bolsa de compras
estaba en el piso, se había deslizado de su falda. Al alzarla
chorreaba un líquido rojo viscoso…
¡Sangre!… y la
náusea se apoderó de ella… ¡A quién maté! A la infancia, a la
mujer, a mis hijos, a mi esposo…. A mi persona…
El mundo nuevamente se
había transformado en un malestar…Todo su cuerpo temblaba, su boca
sentía ese sabor ácido desagradable del vómito…Estaba en crisis,
pero una voz interior quería protegerla, calmarla, brindarle
un poco de dulzura al decirle, que a pesar de todo lo bueno, lo malo
lo había resuelto y lo había hecho bien…
Ya nadie la miraba….
Se sintió invisible…
Sintió que ya no
tenía presencia física…
Se sintió sin
sentidos….
Dejó de sentir,
ya no era ella…
¡Sangre, repitió!...
Fue la anunciación de dar luz a la sombra.
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