domingo, 1 de febrero de 2015

Elvin Mungia (Honduras)



CRÓNICA DE JUAN SOMBRA

Y si no existieras,

Dime para quien iba yo a existir

Pasajeras que dormirían en mis brazos

Que yo no amaría jamás.

Et si tu n’existais pas_Joe Dassin


Cuando Juan Sombra llegó al pueblo, traía el rostro y la curiosidad de los extranjeros que llegan buscando un lugar para pasar una noche o dos, venía solo, solo como llegan los meses fríos, como solos llegan los extranjeros con una mochila generosa y una imperativa necesidad de presumirle a la luna, la nostalgia de la última mujer que queda sola, sola y férvida como los meses calurosos en el atlántico, como los meses ardientes de los trópicos, como los ardientes

ombligos de las mozuelas que se quedan heladas de frío, heladas de ausencia, heladas de planes y recuerdos, pero más heladas, casi muertas de alejamiento, de abandono y soledad. Juan Sombra llegó de día, nuevo y curioso al pobladito que jamás nadie visitaba. Llegó con el frío de estos días y de estos meses, y así dejó el rincón de la Carola, frío, frío con la cama más ancha, más desguarnecida, más fría, más abandonada y más sola, que cuando llegó justo después del almuerzo y preguntara por la pensión que estaba a la vuelta de la cuadra; justo así se fue, se fue en la madrugada más clara como si fuera el día en que llegó solo, peregrino y desconocido.

Justo así, solo, frío y conocido dejó el rinconcito de la estera en donde la Carola se convirtiera en la ardientéz del atlántico, en la fogosidad de los días en el trópico, y se volviera Carola, la última mujer que queda sola y nostálgica, evitando presumir del primer y del último hombre en su vida que se va en las madrugadas más claras, y sin decir “Me voy, Pronto vuelvo” deja la cama más ancha, fría y abandonada.

Juan Sombra, quien llegara medio despistado; confundido se parara justo a la puerta de doña Ely, y le pidiera la dirección de la posada que no quedaba más lejos que a la vuelta de la cuadra y que doña Ely, mientras preparaba el café de las dos, le preguntara huraña que si él era de por acá o de por allá y que después de decir presumido y autócrata: Soy Juan Sombra, y vengo de allá, soy el promotor que viene a promover un cambio, un cambio, un cambio nada más, el cambio de una vida que después de mi será de sola muerte y de muerte abandonada. Soy el promotor que viene a promover una amistad que dejará a los amigos solos, fríos, adoctrinados y promovidos a otra vida diferente y agitada, y que después que las lunas aúllen nuevas, y mareas vengan y fortalezcan las raíces de ajenos maizales, los dejaré en el alba grisácea de una lluvia intermitente, los dejaré sin verme partir y no habrá Patro que tenga una lágrima para mí, más que la que ustedes dejen escapar por descuido y la que yo lleve partiéndome los pómulos sin el triste discurso del adiós .

Sólo después de semejante presentación con pausas, silencios e intermedios, Doña Ely generosa llamara; Carola, con una voz de madre firme y amorosa, y la Carola presurosa y torpe con las mejillas rosas, trajera una silla en sus manos jóvenes y escuálidas para Don Juan, para Don Juan Sombra, el hombre de tantos nombres, que llegaba hoy a la hora del café y se parara justo en la puerta de doña Ely y que ésta, sin ninguna desconfianza más que la que produce un desconocido sin nombre y una mochila generosa a las espaldas, desde el fogón crepitante, indiferente, cotidiano y perezoso, le invitara a pasar mientras le convidara un café, un café a las dos de la tarde, justo después del almuerzo y que este café saliera a través de su olor a alborotar los olfatos de los vecinos, de transeúntes solos y fríos, de extranjeros desorientados que a veces llegan a preguntar por dónde está la posada, mientras señoras llaman a las jóvenes de mejillas rosadas y manos escuálidas para que vengan con sillas de caoba, y que así, Juanes Sombras dejen de ser pobres extraños, pobres Juanes, Juanes desconocidos y después de presentarse con la seguridad de los magnánimos, de los pioneros elegidos y la propiedad absurda de gallardos caballeros revestidos de empolvadas vestimentas, les ofrezcan un café, una silla y un momento para descansar los huesos polvorientos, los huesos que siguen el peregrinaje poético de los hombres condenados a sufrir por la sangre de Dalton, por los trilces heraldos de Vallejo, por andar de vagamundos con sus ideas progresistas y silvestres regalando absurdos a los que ya no tienen más sueños, esperanzas o luto que guardar.

Después que Juan Sombra se presentara, y ya cómodo en la silla que trajera la Carola desde el comedor, éste hablara y se sintiera más familiar y en total confianza para no confundirse más entre los tantos, entre los otros Juanes que habían por allí, en el pobladito de callecitas adoquinadas, en el pueblecito de una sola posada, y de un comedor y de tantas cantinas con rokcolas que tocaban canciones viejas en discos de cuarentaicinco revoluciones y una milonga, una ranchera o un... Whis you were here, un... Somos sólo dos almas solitarias nadando en una pecera,... progresista sonara como un dulce vuelve ya, desmemóriame, que no se soporta el deseo de que estés aquí. Pero aquí estaba lejos, lejísimo, por allá, escondido detrás de los estoicos cerros, lejos, en el Caribe, en el Caribe que se ponía a llorar como si fuera una niña con las manos deseosas de atrapar en una lágrima el estertor del conejito y revivirle en el ocaso de una tonada, de una tonada vitalizada en la marea, de una tonada que no es más que una oración desesperada, una plegaria obligada, una oración que pide por siluetas que se marchan mudas y transitan por caminos de autobuses y carretas, por rieles dilatados, dilatados por el desánimo de los trenes que ya no silban, ni son poderosos, y no vuelven, aunque les hale la desesperación y

las plantadas estaciones envíen por el viento esporas de nomeolvides y cada vez derruidas hasta la molécula, se vuelvan más ilusas que un sueño o más inútiles que una espera.

Pero sólo había un comedor, un comedor con una doña Ely y una Carola de pómulos rosas y de inocencia férvida, que a kilómetros se le veía la soledad y el frío en las tímidas pupilas negras, y no había más que verla avanzar hacia Juan Sombra, casi trastabillante, sonrojada y con las manos juveniles tensas por el peso de la madera.

Juan Sombra, ágil y caballeroso, se adelantó, liberando a la Carola, a la callada Carola de pupilas negras de la pesada silla, la cogió antes de que dijera Serrat “Hay amor sin ti mi camas ancha”. Pero Debió sentir algo el Juan Sombra, debió sentir algo en el abdomen, y desde ese momento supo que allí no habría soledad que le acompañara, ni frío, ni sería el extranjero, el

forastero perdido que se baja de un bus amarillo y con su mochila generosa camina a las dos de la tarde y se para frente a un comedor mientras el café, culpable café, le dice: ―Aquí, es aquí donde me encontrarás con el porrón en el fogón silbando códigos, anunciando, indudablemente,‘Aquí hay un destino’―.

Carola varita ligera y de vestido verde camina con la mirada buscando en los viejos mosaicos, lo que no ha perdido, y es una sucesión de imágenes que le dicen es él, es él nuestro futuro momento de felicidades y nuestros años de recuerdos y de latidos que se vendrán en avalanchas de noches calurosas, de noches que multiplicaran abandonos, y mojará mejillas y desnudará lo que escondemos y sabremos que somos su manzana y será nuestro prohibido fruto que nos dará el alimento para ser la diosa venerada, la diosa que gemirá de fuego, que hipará de efusiones, que transformara el fresco vientre de la noche, en el centro inflamado del sol.

Juan Sombra lo supo, lo supo en el momento que asió la silla y un parpadeo de la Carola fue suficiente para pensar lo que no pudo decir, para darse en una plena complicidad y silenciar los suyos labios y los labios suyos de la Carola.

Doña Ely le anunció amable a Don Juan Sombra, “Tome asiento”, y el café antes que después ya era sorbido por tercera vez, y la Carola entre una palmada aquí y otra palmada allá, hacía las tortillas y exaltada cocía el primer almuerzo amoroso, y Juan Sombra lo esperaba entre la incertidumbre del viento fresco que atolondrado conducía en sus moléculas una emigrante espora de nomeolvides.

Simultaneo, como poeta pobre acurrucado en una artesa con molino Corona y todo, sonaba un transistor, junto a la carreta de Atahualpa que a paso de buey andaba, chillando, de Facundo una canción inmóvil al futuro: No… soy de aquí… ni soy de allá… no tengo edad... ni porvenir, y ser feliz… es mi color… de identidad…




TU FOTOGRAFÍA DESDE LA PANTALLA DEL ORDENADOR
 

me mira con tus ojos de leona
y tu cabello lloviéndose sobre los hombros.
¿Qué hacer? para decirte estoy acá
Sólo al robo
nada más al robo de tus imágenes puedo recurrir
para que toda la atención de tus soles
dirijan hacia mí su luz
luz de amanecer
luz de serafín.
El robo
nada más me queda para hablarte de los ojos
que desesperan por el arribo de tus pupilas
satisfechas y proverbiales.
Intuyo que el sonido de tus letras
se agitan en las cuerdas de cualquier instrumento
en el soplo de una flauta,
de un sax
trompeta de Armstrong.
Melodías que vienen
desde los dedos de alguien que retoza sobre las teclas del piano
como si un transeúnte bajo un aguacero
saltara de puntillas alocado y contento
sobre los charcos de una ciudad
construida en un tiempo urbano y paralelo.
El robo
nada más me queda
y Bach sale en fuga
y en fuga va la música
como si trataran de atrapar
tus ojos las notas
y los ojos tuyos
trataran de atraparme en la hora imprecisa y clandestina
en la cernidillo de tu pelo
mientras proscrito de tu pantalla o de tus fotos
volviera un titilo o un silbido
a encendernos los suspiros.
(De “ Sombra de Ixshara y poemas ” 2013- 2014 G. E.)

Pintor Chet Zar 

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