miércoles, 4 de febrero de 2015

Gabriela Yocco (Argentina)


                                   
                                             Pintura de  Jeff Christensen


Carta primera




Madre, aquí estoy. Libre de sombras y también de luz. Parada como ciega en la penumbra. Estatua de sal. Hoy recordé tu nombre mientras vigilaba los brotes de las plantas, su terco verdor. Es otoño, madre, pero las flores persisten y el color de la tarde es una sangre que cae.

Hay en torno un silencio manso, las cosas se callan y por detrás de ese silencio la misma niña con su llanto espera que amanezca. Sabe que toda noche lleva el fin, en algún rincón del horizonte. El sueño es una manta áspera llena de fotos y en un extremo tiene la mueca del olvido. Yo acaricio el borde de la ausencia para darle calor.

Madre, así parada puedo tocar la palma de dios y todavía ver en tus ojos el extremo de la vida. Pero es otro este camino bajo mis pies y aún no puedo descifrar sus coordenadas. Sos la sombra en el espejo y esta geografía en mí que te repite como la palabra de un loco.

A veces, la memoria me da tregua; espero entonces el llamado, tu voz tajeando la distancia. ¿Por qué el tiempo es mudo, madre?

Corro hacia el dintel de la lluvia. Un párpado de luz cierra las ventanas. Entonces las horas semejan una larguísima espina que encuentra centro en el corazón.

Esta es mi palabra, madre, huérfana de tu nombre. 

 
Atavismo


no se elige el poema

no se eligen el estilete la daga la cruz

ni la mordaza ni el cuero en el cuerpo ni cada palabra / no

no se elige el poema

nadie te corona con papeles rasgados ni te nombra emperador de la ausencia




no se elige caminar entre sombras y nombrar sin eco

no se eligen la piedra en las palmas o el sudor que carcome como un ácido manso




nadie puede escoger el viento o encogerse ante la palabra mar

ni someterse a la quietud esquiva de la palabra vuelo




no se puede desear la esclavitud del verbo la sustancia pura del insomnio

la oquedad sin fin de las gargantas / no




sería como arriesgar el cuerpo a cada espejo o resignar la especie a la hombría del sol

sería como dejar que la lluvia cayera despiadada con sus miles de agujas

y no guarecer los ojos




no se elige el poema

es el tigre agazapado tras todo aliento con la zarpa pronta

y un único temblor en la boca

como el inacabable parto de los pájaros

 
Mares

No soy Odiseo. No regreso a Ítaca. Miro la espesura del mar sin esperanzas, sin prisa. En la fábula que yo he creado, alguien me espera en alguna orilla ciertamente lejana. Un fantasma de hielo y ceniza que cambia a mi antojo.

Alrededor de mí recogen sogas, esparcen sebo, cruje la madera. Pero sé que no regreso a isla alguna, que carezco de patria. Que jamás partí de ninguna costa y que nadie hablará de mis hazañas.

Me inclina a veces la decisión del viento. Giro, varea mi vela, acuden sirenas temblorosas sin canto. Conocer los viejos ensalmos es a veces útil cuando arrecian de tal modo las olas.

No soy Odiseo, mas he estado en el Hades y he regresado. Guardo de recuerdo estas marcas de fuego que me acompañarán hasta que el fuego también me devore. Y un sabor a azufre que nunca cede.

Hoy la mirada se licua. Hoy me pesa no regresar ni tener dónde. Pero cada ser lleva el destino escrito en esa implacable telaraña en la palma de las manos. Entonces perfecciono este simulacro, ajusto la túnica que me aplana los pechos y les grito a los marinos.

Hoy la farsa debe ser casi perfecta. Se me juegan en ella todos los naufragios y el azote sin piedad de Poseidón.

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